sábado, 20 de octubre de 2012

LA SEXUALIDAD EN LA ETIOLOGÍA DE LAS NEUROSIS (1898)




El presente artículo puede considerarse como propagandístico en relación a todos los demás artículos anteriores consignados en este volumen. Su objetivo se centra en la promoción para la introducción por parte de los médicos en su práctica clínica; del elemento sexual como un recurso fundamental en la determinación y tratamiento de las neurosis. Dicho de otro modo, la noción de la sexualidad como etiología de la neurosis, que se fue desarrollando teóricamente artículo a artículo, aquí es recomendada ya como un logro para la práctica médica, logro que sólo una serie de prejuicios tradicionales sobre el tema de lo sexual se interpone a su aplicación.

Freud, pretende para la exploración psíquica de lo sexual, la misma naturalidad con que se asume la exploración clínico-anatómica de lo genital.
Si factores de la vida sexual se disciernen real y efectivamente como causas patológicas, averiguar tales factores y traerlos a colación se convierte, sin más reparos, en un deber del médico. La lesión del pudor en que de ese modo se incurre no es diversa ni más enojosa, se diría, que la inspección de los genitales femeninos por él emprendida para curar una afección local, a realizar la cual la propia academia lo obliga. (Pág. 258)

El factor sexual ha permitido a Freud establecer una delimitación y clasificación de las neurosis.

Una primera clasificación las agrupa en dos clases, según la preeminencia del período de tiempo que enmarca su etiología:

Neurosis actuales cuando es el presente.
Psiconeurosis cuando es el pasado.

El presente, puede entenderse como la expresión de una etiología de base somática; siendo así como encontramos conformando a las neurosis actuales: la neurastenia y la neurosis de angustia.

Estas dos entidades se encuentran diferenciadas por sus síntomas.
Aquí hallamos, por un lado, casos en que pasan al primer plano ciertos achaques característicos de la neurastenia (presión intracraneana, fatiga, dispepsia, obstrucción intestinal, irritación espinal, etc.), mientras que en otros casos estos signos quedan relegados, y el cuadro patológico se compone de otros síntomas, todos los cuales permiten discernir un nexo con el síntoma nuclear de la “angustia” (estado de angustia libre, inquietud, angustia de expectativa, ataques de angustia completos, rudimentarios y suplementarios, vértigo locomotor, agorafobia, insomnio, acrecentamiento del dolor, etc.). (Pág. 261)

Y por la especificidad de las vivencias sexuales que las producen.
La neurastenia se deja reconducir siempre a un estado del sistema nervioso como el que se adquiere por una masturbación excesiva o el que engendran unas frecuentes poluciones; y en la neurosis de angustia generalmente se hallan unos influjos sexuales que tienen en común el factor de la contención o la satisfacción incompleta (como coitus interruptus, abstinencia existiendo una viva libido, la llamada excitación frustránea, etc.). En el breve ensayo donde me empeñe en introducir la neurosis de angustia, declaré esta fórmula: la angustia es, en general, libido desviada de su empleo [normal]. (Pág. 262)

El pasado, puede entenderse como la expresión de una etiología de base representacional; siendo así como encontramos conformando a las psiconeurosis: la histeria y la neurosis de obsesiones.
Los sucesos e injerencias que están en la base de toda psiconeurosis no corresponden a la actualidad, sino a una época de la vida del remoto pasado, por así decir prehistórica, de la primera infancia, y por eso no son consabidos para el enfermo. Este los ha olvidado –sólo que en un sentido preciso-. (Pág. 261)


El médico hará bien entonces, apropiándose este conocimiento y guiando la intervención terapéutica siguiendo fijamente los pormenores de la vida sexual de sus pacientes; si desea confirmar un diagnostico de neurosis y tratarla efectivamente.

Puesto que la etiología de las neurosis apunta a vivencias sexuales “nocivas”, la terapia propendería por restablecer el equilibrio de una sexualidad satisfactoria.

Ahora bien, una gran parte de esta distorsión de la sexualidad descansa en la hipocresía, los prejuicios y la ignorancia con que la sociedad rodea lo sexual. 

Esto se traduce en la idea de que la terapia de la neurosis debe abogar –y en esto Freud es muy moderno- por la promoción social de la educación sexual.
En materia de profilaxis el individuo tiene poca influencia. Es el conjunto social el que debe interesarse por estos asuntos y aprobar la creación de instituciones sancionadas por la comunidad. (…)
Muchas cosas tendrían que cambiar. Es preciso quebrar la resistencia de una generación de médicos que ya no pueden acordarse de su propia juventud; debe vencerse la arrogancia de los padres que ante sus hijos no están dispuestos a descender al nivel de la compresión humana, y hay que combatir el irracional pudor de las madres, a quienes hoy por lo general les parece una fatalidad inescrutable e inmerecida que “justamente sus hijos se hayan vuelto nerviosos”. Pero, sobre todo, es necesario crear en la opinión pública un espacio para que se discutan los problemas de la vida sexual; se debe poder hablar de estos sin ser por eso declarado un perturbador o alguien que especula con los bajos instintos. Y respecto de todo esto, resta un gran trabajo para el siglo venidero, en el cual nuestra civilización tiene que aprender a conciliarse con las exigencias de nuestra sexualidad. (Págs. 270-271)



Dos ideas de cierto interés se destacan en el análisis que Freud realiza en la terapia de la neurastenia y las psiconeurosis:

1) Detrás de la neurastenia –afirma- se encuentra la práctica sexual de una masturbación excesiva que por ser esta un medio compulsivo de la procura de un placer, guarda algunos símiles con las adicciones en general.

Freud señala sobre las adicciones, primero; que el necesario proceso de deshabituación al que debe someterse el paciente, si sólo contempla un régimen de abstinencia sin trabajo alguno sobre los fundamentos de la necesidad que se expresa en la adicción, el porcentaje de recaída es muy alto.
La necesidad sexual, una vez despierta y satisfecha durante cierto tiempo, ya no es posible imponerle silencio, sino sólo desplazarla hacia otro camino. Por los demás, una puntualización enteramente análoga vale para todas las otras curas de abstinencia, que tendrán un éxito sólo aparente si el médico se conforma con sustraer al enfermo la sustancia narcótica, sin cuidarse de la fuente de la que brota la imperativa necesidad de aquella. (Pág. 268)
Segundo; que esta necesidad de las adicciones puede ser la expresión de una necesidad sexual frustrada.
Una indagación más precisa demuestra por lo general que esos narcóticos están destinados a sustituir –de manera directa o mediante unos rodeos- el goce sexual faltante, y cuando ya no se pueda restablecer una vida sexual normal, cabrá esperar con certeza la recaída del deshabituado. (Pág. 268)


2) Detrás de las psiconeurosis –afirma- se encuentran vivencias sexuales que se remontan al período de nuestra más temprana infancia, luego, no es del todo improcedente; concebir la existencia de una sexualidad infantil.

Su etiología eficiente –la de las psiconeurosis- está en vivencias de la infancia, y también aquí ciertamente –y de manera exclusiva-, en impresiones que afectan la vida sexual. Uno yerra al descuidar por completo la vida sexual de los niños; hasta donde alcanza mi experiencia, ellos son capaces de todas las operaciones sexuales psíquicas, y de muchas somáticas. Así como no es cierto que los genitales exteriores y ambas glándulas genésicas constituyan todo el aparato sexual del ser humano, tampoco su vida sexual empieza sólo con la pubertad, como pudiera parecer a la observación grosera. (Págs. 272-273)

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