martes, 2 de octubre de 2012

A propósito de las críticas a la “neurosis de angustia” (1895)




En los artículos anteriores a éste, se ha venido desarrollando la doble hipótesis de que la neurosis en general tiene como base etiológica la vida sexual, y de que podemos servirnos a su vez de esta vida sexual para delimitar y caracterizar en particular; diversas neurosis.

Uno de los ejemplos de esta forma de caracterización es la delimitación de la entidad que se ha denominado “neurosis de angustia”; tarea realizada en el artículo “sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de “neurosis de angustia”” (1895 [1894]).

Produce neurosis de angustia todo cuanto aparte de lo psíquico la tensión sexual somática, todo cuanto perturbe el procesamiento psíquico de ella. Y si uno se remonta a las constelaciones concretas dentro de las cuales este factor cobra vigencia, obtiene la aseveración de que una abstinencia [sexual] voluntaria o involuntaria, un comercio sexual con satisfacción insuficiente, el coitus interruptus, el desvío del interés psíquico respecto de la sexualidad, etc., son los factores etiológicos específicos de la por mí llamada “neurosis de angustia”. (Pág. 124)

Es precisamente sobre aquel artículo que eleva Löwenfeld varias críticas, críticas que Freud busca refutar aquí.

El postulado central que se ataca es el del carácter somático y no representacional que Freud otorga a la etiología de la neurosis de angustia.
La angustia no admite una derivación psíquica, vale decir, el apronte angustiado que constituye el núcleo de la neurosis no es adquirible por un afecto de terror psíquicamente justificado, sea único o repetido. Por terror se generaría una histeria o una neurosis traumática, pero no una neurosis de angustia. Según se intelige con facilidad, esta negativa no es sino el correlato de mi tesis, de contenido positivo, según la cual la angustia de mi neurosis corresponde a una tensión sexual somática desviada de lo psíquico, que de lo contrario habría cobrado vigencia como libido. (Pág. 125)

Creyendo destruir este postulado, Löwenfeld cita un ejemplo del surgimiento de una angustia crónica precedido por un conflicto representacional o trauma psíquico.
En ese ejemplo se trata de una señora de treinta años, casada desde hace cuatro, con tara hereditaria, que un año atrás tuvo su primer parto difícil. Pocas semanas después de dar a luz se aterrorizó por un ataque de enfermedad de su marido, y en un estado de agitación emotiva empezó a correr en camisa en torno de la habitación fría. Quedó enferma desde entonces; al principio tenía estados de angustia y palpitaciones al atardecer, luego le sobrevinieron ataques de temblor convulsivo y, más adelante, fobias y fenómenos parecidos: el cuadro de una neurosis de angustia plenamente desarrollada. (Pág. 126)

Freud reconoce la veracidad del relato señalado por Löwenfeld y ofrece él mismo, no uno, sino otros varios ejemplos en los que se corrobora la misma observación.
Si paso rápida revista a casos de mi recuerdo, se me ocurre un hombre de cuarenta y cinco años a quien el primer ataque de angustia (con colapso cardíaco) le sobrevino cuando lo anoticiaron de la muerte de su padre muy anciano; a partir de ese momento se le desarrollo una neurosis plena y típica, con agorafobia. Además, un joven que cayó bajo esta misma neurosis por la excitación que le producían las querellas entre su joven esposa y la madre de él, y cada nuevo altercado doméstico se volvía otra vez agorafóbico; un estudiante un poco bohemio que produjo sus primeros ataques de angustia mientras trabajaba duro para pasar sus exámenes, espoleado por el disfavor paterno; una señora sin hijos que enfermó a raíz de su angustia por la salud de una sobrinita, etc. (Pág. 126)

A pesar de coincidir en la observancia de hechos donde la explosión de una angustia crónica está precedida de conflictos representacionales o traumas psíquicos, la diferencia  con Löwenfeld –dice Freud-  radica en la interpretación que se da de estos hechos.

Para Freud, una causa inmediatamente precedente en el tiempo al surgimiento de un fenómeno (como lo es aquí el trauma psíquico a la neurosis de angustia), no siempre significa que sea la causa específica o principal del mismo, y sólo puede que actué como causa auxiliar. 

En este caso, causa auxiliar del proceso somático (tensión sexual somática frustrada de su participación de lo psíquico) que de hecho se encuentra detrás y sería el responsable especifico de las neurosis de angustia de los ejemplos citados.
Pues bien, eso era lo que sucedía en mis casos de neurosis de angustia. El hombre que (enigmáticamente) cayó enfermo al ser anoticiado de la muerte de su padre (introduzco esa glosa entre paréntesis porque la muerte no era inesperada ni sobrevivo en circunstancias inhabituales, conmovedoras); ese hombre, digo, hacía once años que vivía en coitus interruptus con su esposa, a quien él procuraba satisfacer la mayoría de las veces; el joven que no toleraba las disputas entre su mujer y su madre había practicado desde el comienzo con su esposa el retiro para ahorrarse cargar con una descendencia; el estudiante que por exceso de trabajo contrajo una neurosis de angustia, en lugar de la cerebrastenia que sería de esperar, mantenía desde hacía tres años una relación con una muchacha a quien tenía prohibido preñar; la señora sin hijos que cayó enferma de neurosis de angustia por la salud de su sobrina estaba casada con un hombre impotente y nunca había sido satisfecha sexualmente, etc. (Págs. 127-128)


Freud resume su refutación a la crítica de Löwenfeld diciendo, que esta sólo sería válida; si detrás del estallido de una angustia crónica demuestra en sus pacientes el pleno gozo de una vida sexual normal.
Deberá oponerme observaciones en que mi factor específico esté ausente, vale decir, unos casos de génesis de neurosis de angustia tras un choque psíquico, dada una vita sexualis normal (en líneas generales). (Pág. 128)

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