miércoles, 17 de octubre de 2012

LA ETIOLOGÍA DE LA HISTERIA (CONTINUACIÓN)



Las circunstancias de un abuso sexual -que es la vivencia que actúa como causa específica de la histeria- pueden clasificarse en tres grupos:

En el primer grupo se trata de atentados únicos o al menos de abusos aislados, las más de las veces perpetrados en niñas por adultos extraños a ellas (que en ese acto atinaron a evitar un daño mecánico grosero); en tales casos no contó para nada la aquiescencia de los niños, y como secuela inmediata de la vivencia prevaleció el terror. Un segundo grupo lo forman aquellos casos, mucho más numerosos, en que una persona adulta cuidadora del niño –niñera, aya, gobernanta, maestro, y por desdicha también, con harta frecuencia, un pariente próximo- introdujo al niño en el comercio sexual y mantuvo con él una relación amorosa formal –plasmada también en el aspecto anímico- a menudo durante años. Finalmente, al tercer grupo pertenecen las relaciones infantiles genuinas, vínculos sexuales entre dos niños de sexo diferente, la mayoría de las veces entre hermanitos, que a menudo continuaron hasta pasada la pubertad y conllevaron las más persistentes consecuencias para la pareja en cuestión. (Págs. 206-207)

De este tercer grupo (comercio sexual entre niños) surge la hipótesis del abusador; abusado.

Cuando había una relación entre dos niños, en ciertos casos se consiguió probar que el varón –que por cierto desempeñaba aquí el papel agresivo- había sido seducido antes por una persona adulta del sexo femenino, y luego, bajo la presión de su libido prematuramente despertada y a consecuencia de la compulsión mnémica, buscó repetir en la niñita justamente las primeras prácticas que había aprendido del adulto, sin emprender él mismo una modificación autónoma en la variedad del quehacer sexual.
Por lo dicho, me inclino a suponer que sin seducción previa los niños no podrían hallar el camino hacia unos actos de agresión sexual. Según eso, el fundamento para la neurosis sería establecido en la infancia siempre por adultos, y los niños mismos se trasferirían entre sí la predisposición a contraer luego una histeria. (Pág. 207)


Retomando; los abusos sexuales infantiles se consideran la causa especifica de la histeria. Pero como se dijo antes en el análisis de los elementos del esquema etiológico; una causa específica es determinante de un fenómeno más no necesariamente suficiente para su surgimiento ya que se necesita primero alcanzar cierto umbral –carácter cuantitativo de la causalidad-. Así, la vivencia sexual infantil como causa especifica de la histeria, puede mantenerse por mucho tiempo en estado de latencia y de esta manera actuar como un núcleo atractor de la defensa –represión-.

La defensa alcanza ese propósito suyo de esforzar fuera de la conciencia la representación inconciliable cuando en la persona en cuestión, hasta ese momento sana, están presentes unas escenas sexuales infantiles como recuerdos inconcientes, y cuando la representación que se ha de reprimir puede entrar en un nexo lógico o asociativo con una de tales vivencias infantiles. (Pág. 209)

Otra manera de considerar este estado tan peculiar de latencia de la causa especifica, es bajo la noción de “eficiencia inconciente”.

Los síntomas histéricos son retoños de recuerdos de eficiencia inconciente. (Pág. 210)

Podemos apreciar como Freud une en este artículo; su temprana teoría de la defensa como base de la histeria con la actual del abuso sexual infantil como su etiología específica.

Para formar un síntoma histérico tiene que estar presente un afán defensivo contra una representación penosa; además, esta tiene que mostrar un enlace lógico o asociativo con un recuerdo inconciente a través de pocos o muchos eslabones, que en ese momento permanecen por igual inconcientes; por otra parte, aquel recuerdo inconciente sólo puede ser de contenido sexual, y su contenido es una vivencia sobrevenida en cierto período infantil… (Págs. 211-212)

El fenómeno  de latencia de la causalidad, que no es otro -como se ha venido señalando- que el de la causalidad en su faceta acumulativa -cuantitativa-, resulta clave para entender las relaciones aparentemente distorsionadas –desproporcionadas- entre causa y efecto.

La reacción de los histéricos es exagerada sólo en apariencia; tiene que aparecérsenos así porque nosotros sólo tenemos noticia de una pequeña parte de los motivos de los cuales brota. (…)
Y bien, ¿qué pensarían si observaran esa extrema susceptibilidad a raíz de ocasiones nimias entre dos personas sanas, por ejemplo unos cónyuges? Sin duda inferirían que la escena de que han sido testigos no es el mero resultado de la última, ínfima ocasión, sino que durante largo tiempo se ha acumulado material inflamable que ahora explota en toda su masa en virtud del último choque.
Les pido que trasfieran idéntica ilación de pensamiento a los histéricos. No es la última mortificación, mínima en sí, la que produce el ataque de llanto, el estallido de desesperación, el intento de suicidio, con desprecio por el principio de proporcionalidad entre el efecto y la causa, sino que esta pequeña mortificación actual ha despertado y otorgado vigencia a los recuerdos de muchas otras mortificaciones, más tempranas e intensas, tras los cuales se esconden todavía el recuerdo de una mortificación grave, nunca restañada, que se recibió en la niñez. O bien: si una joven se hace los más terribles reproches por haber consentido que un muchacho le acariciara en secreto tiernamente la mano, y desde entonces es aquejada por la neurosis, bien pueden ustedes enfrentar ese enigma con el juicio de que ella es una persona hipersensible, de disposición excéntrica, anormal; pero cambiarán de parecer si el análisis les muestra que aquel contacto trajo a la memoria otro, semejante, ocurrido a muy temprana edad y que era un fragmento de un todo menos inocente, de modo que en verdad los reproches son válidos para aquella ocasión antigua. (Págs. 215-216)

No hay comentarios:

Publicar un comentario