martes, 16 de octubre de 2012

LA ETIOLOGÍA DE LA HISTERIA (1896)




En el caso Elisabeth von R. de los “Estudios sobre la histeria” (1895) encontramos una breve alusión a la analogía entre análisis psíquico y labor arqueológica, por ser las dos; formas de desenterramiento/reconstrucción del pasado.

Esta analogía se retoma aquí:
Supongan que un investigador viajero llega a una comarca poco conocida, donde despierta su interés un yacimiento arqueológico en el que hay unas paredes derruidas, unos restos de columnas y de tablillas con unos signos de escritura borrados e ilegibles. Puede limitarse a contemplar lo exhumado e inquirir luego a los moradores de las cercanías, gentes acaso semibárbaras, sobre lo que su tradición les dice acerca de la historia y el significado de esos restos de monumentos; anotaría entonces los informes… y seguiría viaje. Pero puede seguir otro procedimiento; acaso llevó consigo palas, picos y azadas, y entonces contratará a los lugareños para que trabajen con esos instrumentos, abordará con ellos el yacimiento, removerá el cascajo y por los restos visibles descubrirá lo enterrado. Si el éxito premia su trabajo, los hallazgos se ilustran por si solos: los restos de muros pertenecen a los que rodean el recinto de un palacio o una casa del tesoro; un templo se completa desde las ruinas de las columnatas; las numerosas inscripciones halladas, bilingües en el mejor de los casos, revelan un alfabeto y una lengua cuyo desciframiento y traducción brindan insospechadas noticias sobre los sucesos de la prehistoria, para guardar memoria de la cual se habían edificado aquellos monumentos. (Pág. 192)

La investigación anamnésica (una de las denominaciones de este desenterramiento del pasado psíquico) está relacionada íntimamente con el descubrimiento de Breuer; de que los síntomas histéricos derivan su determinismo de ciertas vivencias o escenas de eficacia traumática relegadas a un pasado cubierto –tal como la arena cubre y sepulta a las ciudades antiguas- por el olvido, y cuya exposición a la luz posee un valor terapéutico.
Uno deberá aplicar el procedimiento de Breuer –u otro en esencia de la misma índole- para reorientar la atención del enfermo desde el síntoma hasta la escena en la cual y por la cual el síntoma se engendró; y, tras la indicación del enfermo, uno elimina ese síntoma estableciendo, a raíz de la reproducción de la escena traumática, una rectificación de efecto retardado del decurso psíquico de entonces. (Pág. 193)

Una “escena traumática” se concibe como tal, según tres condiciones: 

Dos pertenecientes a la dimensión del análisis; idoneidad determinadora y fuerza traumática.

Debemos tener en claro que la reconducción de un síntoma histérico a una escena traumática sólo conlleva una ganancia para nuestro entendimiento si esa escena satisface dos condiciones: que posea la pertinente idoneidad determinadora y que se deba reconocerle la necesaria fuerza traumática. Daré un ejemplo en vez de una explicación verbal. Consideremos el síntoma del vómito histérico; y bien, creemos poder penetrar su causación (salvo cierto resto) si el análisis reconduce el síntoma a una vivencia que justificadamente produjo un alto grado de asco (p. ej., la visión de un cadáver corrompido de un ser humano). Pero si en lugar de esto el análisis averigua que el vómito proviene de un terror grande, acaso producido por un accidente ferroviario, uno no podrá menos que preguntarse, insatisfecho, cómo es que el terror ha llevado justamente al vómito. A esa derivación le falta la idoneidad para el determinismo. Otro caso de esclarecimiento insuficiente se presentaría si el vómito proviniera de haber probado un fruto que tenía una parte podrida. En efecto, aquí el vómito está determinado por el asco, pero no se comprende cómo el asco en este caso pudo volverse tan intenso que se eternizó como síntoma histérico; esta vivencia carece de fuerza traumática. (Págs. 193-194)

Y la tercera condición, ubicada esta vez en la dimensión terapéutica es: que la revelación/recreación correcta trae consigo la eliminación del síntoma.


Cuando el análisis se adentra en el pasado y sin embargo, sólo se topa con escenas que no cumplen ninguna de estas tres condiciones, o que cumplen solamente alguna de ellas de mala manera; no debemos desanimarnos ya que estamos frente a una característica fundamental de la naturaleza de la psiquis humana: el entramado asociativo.

Lo que vemos entonces, son “escenas eslabón”; recuerdos que no contienen una naturaleza traumática en sí mismos, pero que siguiéndolos, nos conducen hasta los que sí la tienen.

Sabemos ya, por Breuer, que los síntomas histéricos se solucionan cuando desde ellos podemos hallar el camino hasta el recuerdo de una vivencia traumática. Si ahora el recuerdo descubierto no responde a nuestras expectativas, ¿no será que es preciso seguir un trecho más por el mismo camino? ¿No será que tras la primera escena traumática se esconde una segunda que acaso cumplirá mejor nuestras exigencias y cuya reproducción desplegará mayor efecto terapéutico, de suerte que la escena hallada primero sólo poseería el significado de un eslabón dentro del encadenamiento asociativo? ¿Y no podrá ocurrir que se repita varias veces esta situación, o sea, que se intercalen muchas escenas ineficaces como unas transiciones necesarias en la reproducción, hasta que uno, desde el síntoma histérico, alcance por fin la escena de genuina eficacia traumática, la escena satisfactoria en los dos órdenes, el terapéutico y el analítico? (Pág. 195)

Estas cadenas asociativas no sólo permiten proteger el recuerdo traumático principal, deformándolo ante la conciencia, sino que también explica la actualidad de ese recuerdo, es decir, ese estado especial de latencia que se despierta por un suceso del presente. Se mantiene latente, porque se mantiene vivo, aunque deformado a través de múltiples encadenamientos  asociativos.
Ningún síntoma histérico puede surgir de una vivencia real sola, sino que todas las veces el recuerdo de vivencias anteriores, despertado por vía asociativa, coopera en la causación del síntoma. (Pág. 196)

Los análisis de diversos casos de neurosis (18 en total) emprendidos por Freud han coincidido con un mismo punto de llegada: la vida sexual. Observación que se expresa luego a manera de tesis.
No importa el caso o el síntoma del cual uno haya partido, infaliblemente se termina por llegar al ámbito del vivenciar sexual. (Pág. 198)

Ahora bien, tal y como se dijo que existen “escenas eslabón”, hay también “vivencias sexuales eslabón”, es decir, vivencias sexuales cuyo carácter traumático sólo se va definiendo claramente en razón de la profundidad del pasado, en este caso; vivencias sexuales que se hunden en las profundidades de nuestra infancia.

Algunas de las vivencias sexuales de la pubertad muestran luego una insuficiencia apta para incitarnos a proseguir el trabajo analítico.  Porque sucede que también estas vivencias pueden carecer de idoneidad determinadora, si bien esto es mucho más raro que en el caso de vivencias traumáticas de periodos posteriores de la vida. (…)
¿Qué tal si se dijera que uno debe buscar el determinismo de estos síntomas en otras vivencias, que se remonten todavía más atrás, y entonces obedecer aquí por segunda vez a aquella ocurrencia salvadora que antes nos guió desde las primeras escenas traumáticas hasta las cadenas mnémicas de había tras ellas? Es cierto que así se llega a la época de la niñez temprana, la época anterior al desarrollo de la vida sexual, lo que parece entrañar una renuncia a la etiología sexual. Pero, ¿no se tiene derecho a suponer que tampoco en la infancia faltan unas excitaciones sexuales leves, y, más aún, que acaso el posterior desarrollo sexual está influido de la manera más decisiva por vivencias infantiles? Es que unos influjos nocivos que afectan al órgano todavía no evolucionado, a la función en proceso de desarrollo, causan asaz a menudo efectos más serios y duraderos que los que podrían desplegar en la edad madura. (Págs. 200-201)

Es este retrotraer del vivenciar sexual por parte del análisis psíquico el que –según Freud- revela la etiología de la histeria.
Si tenemos la perseverancia de llegar con el análisis hasta la niñez temprana, hasta el máximo donde llegue la capacidad de recordar de un ser humano, en todos los casos moveremos a los enfermos a reproducir unas vivencias que por sus particularidades, así como por sus vínculos con los posteriores síntomas patológicos, deberán considerarse la etiología buscada de la neurosis. Estas vivencias infantiles son a su vez de contenido sexual, pero de índole más uniforme que las escenas de pubertad anteriormente halladas; en ellas no se trata del despertar del tema sexual por una impresión sensorial cualquiera, sino de unas experiencias sexuales en el cuerpo propio, de un comercio sexual (en sentido lato). (…)
Formulo entonces esta tesis: en la base de todo caso de histeria se encuentra una o varias vivencias –reproducibles por el trabajo analítico no obstante que el intervalo pueda alcanzar decenios- de experiencia sexual prematura, y pertenecientes a la tempranísima niñez. Estimo que esta es una revelación importante, el descubrimiento de un caput Nili {origen del Nilo} de la neuropatología… (Pág. 202)

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