Dos años han
transcurrido desde la primera vez –“Las neuropsicosis de defensa” (1894)-
que Freud concibió agrupar la histeria, las representaciones obsesivas y
ciertas psicosis o confusiones alucinatorias, como originadas por un mismo
mecanismo psicológico de defensa cuyo núcleo es la represión de las
representaciones penosamente inconciliables con el yo.
En aquella ocasión,
sólo se limita a explicar de manera general como los destinos que se le otorgan
a la “suma de excitación” divorciada
de las representaciones inconciliables por la defensa, son los que determinarían
y delimitarían las neurosis:
conversión a lo somático (Histeria); sustitución
de representaciones (neurosis obsesiva); negación tanto de la representación
inconciliable como de su afecto (psicosis).
En el anterior
artículo en cambio -“La herencia y la etiología de las neurosis” (1896)-ya señalábamos
el paso que se daba desde esta mera afirmación de que el mecanismo psicológico
de defensa se activaba por un conflicto representacional a la afirmación de
vivencias sexuales puntuales –abusos sexuales infantiles- como las “causas
especificas” de estas neurosis.
Ahora, el presente
artículo se esfuerza por desarrollar aquel punto; la correlación especifica
entre vivencias sexuales y neurosis.
I. La participación pasiva en un abuso infantil como
la “causa especifica” de la histeria.
Que los síntomas de la histeria sólo se
vuelvan inteligibles reconduciéndolos a unas vivencias de eficacia “traumática”,
y que estos traumas psíquicos se refieren a la vida sexual, he ahí algo que
Breuer y yo hemos declarado ya en publicaciones anteriores. Lo que hoy tengo
para agregar, como el resultado uniforme de los análisis, por mí realizados, de
trece casos de histeria, atañe por un lado a la naturaleza de estos traumas
sexuales, y por el otro al período de la vida en que ocurrieron. Para la
causación de la histeria no basta que en un momento cualquiera de la vida se
presente una vivencia que de alguna manera roce la vida sexual y devenga
patógena por el desprendimiento y la sofocación de un afecto penoso. Antes bien,
es preciso que estos traumas sexuales correspondan a la
niñez temprana (el período de la vida anterior a la pubertad), y su contenido
tiene que consistir en una efectiva irritación de los genitales (procesos
semejantes al coito).
Hallé cumplida esta condición específica de
la histeria –pasividad sexual en períodos presexuales- en todos los casos de histeria analizados (entre ellos, dos hombres).
(Pág. 164)
Regla del período de latencia.
Estas vivencias
sexuales que son “causas específicas”,
al estar circunscritas a la etapa infantil, caen en una especie de estado
de latencia del que son despertadas luego en la vida adulta por la
acción de “causas ocasionadoras”.
Todas las vivencias y excitaciones que
preparan u ocasionan el estallido de la histeria en el período de la vida
posterior a la pubertad sólo ejercen su efecto, comprobadamente, por despertar la huella mnémica de esos traumas de la infancia, huella
que no deviene entonces conciente, sino que conduce al desprendimiento de
afecto y a la represión. (Pág. 167)
II. La participación activa en una vivencia sexual
temprana (acción placentera) como la “causa específica” de la neurosis
obsesiva.
En la etiología de la neurosis obsesiva, unas
vivencias sexuales de la primera infancia poseen la misma significatividad que
en la histeria; empero, ya no se trata aquí de una pasividad sexual, sino de
unas agresiones ejecutadas con placer y de una participación, que se sintió
placentera, en actos sexuales; vale decir, se trata de una actividad sexual. A esta
diferencia en las constelaciones se debe que la neurosis obsesiva parezca
preferir al sexo masculino. (Pág. 169)
Hipótesis del abusador; abusado.
En todos mis casos de neurosis obsesiva he
hallado un trasfondo de síntomas histéricos que se dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la
acción placentera. Conjeturo que esta conjugación es acorde a la ley, y que una
agresión sexual prematura presupone siempre una vivencia de seducción. (Pág.
169)
Definición de representaciones obsesivas.
Las representaciones obsesivas son siempre reproches mudados, que retornan
de la represión {desalojo} y están
referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer.
(Pág. 170)
Freud aventura una
descripción de la trayectoria típica de una neurosis obsesiva, que bien podría
aplicarse en mayor o menor grado a las demás psiconeurosis de defensa:
1) Vivencia
sexual infantil; 2) Represión; 3) Retorno de lo reprimido;
4) Formaciones
patológicas de compromiso.
III. Análisis de un caso de paranoia crónica.
Caso señora P.
La señora P. tiene treinta y dos años de
edad, está casada desde hace tres, es madre de un niño de dos años; sus
progenitores no son nerviosos; empero, sé que sus dos hermanos son neuróticos
igual que ella. Es dudoso que promediando su tercera década de vida no sufriera
alguna depresión pasajera y extravío de juicio; en los últimos años permaneció
sana y productiva, hasta que seis meses después de nacido su hijo dejó
discernir los primeros indicios de la afectación presente. Se volvió huraña y
desconfiada, mostraba aversión al trato con los hermanos y hermanas de su
marido y se quejaba de que los vecinos de la pequeña ciudad en que vivía habían
variado su comportamiento hacia ella, siendo ahora descorteses y
desconsiderados. Estas quejas aumentaron poco a poco en intensidad, aunque no
en su precisión: decía que tenían algo contra ella, aunque no vislumbraba qué
pudiera ser. Pero no había duda –según ella- de que todos, parientes y amigos,
le faltaban al respeto, hacían lo posible para mortificarla. Se quiebra la
cabeza para averiguar a qué se debe, y no lo sabe. Algún tiempo después, se
queja de ser observada, le coligen sus pensamientos, se sabe todo cuanto le
pasa en su hogar. Una siesta le acudió repentinamente el pensamiento de que a
la noche la observaban cuando se desvestía. Desde ese momento recurrió para
desvestirse a las más complicadas medidas precautorias, se deslizaba a oscuras
dentro de la cama y sólo se desvestía bajo las mantas. Como rehuía todo trato,
se alimentaba mal y andaba muy desazonada, en el verano de 1895 la internaron
en un instituto de cura de aguas. Allí afloraron nuevos síntomas y se le
reforzaron los existentes. Ya en la primavera, cierto día tuvo de pronto,
estando sola con su mucama, una sensación en el regazo, y a raíz de ella pensó
que la muchacha tenía en ese momento un pensamiento indecente. Esta sensación
se volvió en el verano más frecuente, casi continua; sentía sus genitales “como
se siente una mano pesada”. Luego empezó a ver imágenes que la espantaban,
alucinaciones de desnudeces femeninas, en particular de un regazo femenino desnudo,
con vello; en ocasiones, también genitales masculinos. La imagen del regazo
velludo y la sensación de órgano en el regazo le acudían las más de las veces
juntas. Las imágenes eran muy martirizadoras para ella, pues las tenía cuando
estaba en compañía de una mujer, y entonces seguía la interpretación de que
ella veía a esa mujer en desnudez indecorosa, pero en el mismo momento esta
tenía la misma imagen de ella. Simultáneamente con estas alucinaciones visuales
–que tornaron a desaparecer durante varios meses tras su primer ingreso en el
instituto de salud-, empezaron unas voces que la fastidiaban, que ella no
reconocía ni sabía explicar. Si andaba por la calle, eso decía: “Esta es la señora
P. –Ahí va ella. ¿Adónde irá?”. Cada uno de sus movimientos y acciones eran
comentados, a veces oía amenazas y reproches. Todos estos síntomas la
hostigaban más cuando estaba en compañía o iba por la calle; por eso se
rehusaba a salir. Luego tuvo asco a la comida y decayó rápidamente. (Págs.
175-176-177)
Freud concibe la idea
de que la paranoia sea un tipo de neuropsicosis de defensa, es decir, que
guarda junto con la histeria y las representaciones obsesivas; la característica
de ser expresiones de un proceso de represión de representaciones penosas para
el yo (mecanismo psicológico de defensa), cuyos síntomas se determinan por este
mismo contenido de lo reprimido, vinculo que sale a la luz a través del método
del psicoanálisis.
Esta idea cree
demostrarla al retrotraer la paranoia de la señora P. a una vivencia sexual que
sostuvo ella con su hermano –de los 6 a los 10 años de edad-, y cuyo recuerdo reprimió
durante mucho tiempo, pero que ahora le retornaba deformado en diversos
síntomas: las visiones de torsos desnudos y genitales, las voces de reproche,
el resentimiento y resquemor frente a los demás (sensación de
culpa/persecución).
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