En el caso Elisabeth
von R. de los “Estudios sobre la histeria” (1895) encontramos una breve alusión
a la analogía entre análisis psíquico y labor arqueológica, por ser las dos;
formas de desenterramiento/reconstrucción
del pasado.
Esta analogía se
retoma aquí:
Supongan que un investigador viajero llega a
una comarca poco conocida, donde despierta su interés un yacimiento
arqueológico en el que hay unas paredes derruidas, unos restos de columnas y de
tablillas con unos signos de escritura borrados e ilegibles. Puede limitarse a
contemplar lo exhumado e inquirir luego a los moradores de las cercanías,
gentes acaso semibárbaras, sobre lo que su tradición les dice acerca de la
historia y el significado de esos restos de monumentos; anotaría entonces los
informes… y seguiría viaje. Pero puede seguir otro procedimiento; acaso llevó
consigo palas, picos y azadas, y entonces contratará a los lugareños para que
trabajen con esos instrumentos, abordará con ellos el yacimiento, removerá el
cascajo y por los restos visibles descubrirá lo enterrado. Si el éxito premia
su trabajo, los hallazgos se ilustran por si solos: los restos de muros
pertenecen a los que rodean el recinto de un palacio o una casa del tesoro; un
templo se completa desde las ruinas de las columnatas; las numerosas
inscripciones halladas, bilingües en el mejor de los casos, revelan un alfabeto
y una lengua cuyo desciframiento y traducción brindan insospechadas noticias
sobre los sucesos de la prehistoria, para guardar memoria de la cual se habían
edificado aquellos monumentos. (Pág. 192)
La
investigación anamnésica (una de las denominaciones de este
desenterramiento del pasado psíquico) está relacionada íntimamente con el
descubrimiento de Breuer; de que los síntomas histéricos derivan su
determinismo de ciertas vivencias o escenas de eficacia traumática relegadas a
un pasado cubierto –tal como la arena cubre y sepulta a las ciudades antiguas-
por el olvido, y cuya exposición a la luz posee un valor terapéutico.
Uno deberá aplicar el procedimiento de
Breuer –u otro en esencia de la misma índole- para reorientar la atención del
enfermo desde el síntoma hasta la escena en la cual y por la cual el síntoma se
engendró; y, tras la indicación del enfermo, uno elimina ese síntoma
estableciendo, a raíz de la reproducción de la escena traumática, una
rectificación de efecto retardado del decurso psíquico de entonces. (Pág. 193)
Una “escena
traumática” se concibe como tal, según tres condiciones:
Dos pertenecientes a
la dimensión del análisis; idoneidad determinadora y fuerza
traumática.
Debemos tener en claro que la reconducción
de un síntoma histérico a una escena traumática sólo conlleva una ganancia para
nuestro entendimiento si esa escena satisface dos condiciones: que posea la
pertinente idoneidad determinadora y que se deba reconocerle la necesaria fuerza traumática. Daré un ejemplo en vez de una explicación verbal. Consideremos el
síntoma del vómito histérico; y bien, creemos poder penetrar su causación
(salvo cierto resto) si el análisis reconduce el síntoma a una vivencia que justificadamente produjo un alto grado de asco (p. ej., la visión de un cadáver corrompido de un ser humano). Pero si
en lugar de esto el análisis averigua que el vómito proviene de un terror
grande, acaso producido por un accidente ferroviario, uno no podrá menos que
preguntarse, insatisfecho, cómo es que el terror ha llevado justamente al
vómito. A esa derivación le falta la idoneidad para el
determinismo. Otro caso de esclarecimiento insuficiente
se presentaría si el vómito proviniera de haber probado un fruto que tenía una
parte podrida. En efecto, aquí el vómito está determinado por el asco, pero no
se comprende cómo el asco en este caso pudo volverse tan intenso que se
eternizó como síntoma histérico; esta vivencia carece de fuerza traumática. (Págs. 193-194)
Y la tercera
condición, ubicada esta vez en la dimensión terapéutica es: que la
revelación/recreación correcta trae consigo la eliminación del síntoma.
Cuando el análisis se
adentra en el pasado y sin embargo, sólo se topa con escenas que no cumplen
ninguna de estas tres condiciones, o que cumplen solamente alguna de ellas de
mala manera; no debemos desanimarnos ya que estamos frente a una característica
fundamental de la naturaleza de la psiquis humana: el entramado asociativo.
Lo que vemos
entonces, son “escenas eslabón”; recuerdos que no contienen una naturaleza
traumática en sí mismos, pero que siguiéndolos, nos conducen hasta los que sí
la tienen.
Sabemos ya, por Breuer, que los síntomas
histéricos se solucionan cuando desde ellos podemos hallar el camino hasta el
recuerdo de una vivencia traumática. Si ahora el recuerdo descubierto no
responde a nuestras expectativas, ¿no será que es preciso seguir un trecho más
por el mismo camino? ¿No será que tras la primera escena traumática se esconde
una segunda que acaso cumplirá mejor nuestras exigencias y cuya reproducción
desplegará mayor efecto terapéutico, de suerte que la escena hallada primero
sólo poseería el significado de un eslabón dentro del encadenamiento
asociativo? ¿Y no podrá ocurrir que se repita varias veces esta situación, o
sea, que se intercalen muchas escenas ineficaces como unas transiciones
necesarias en la reproducción, hasta que uno, desde el síntoma histérico,
alcance por fin la escena de genuina eficacia traumática, la escena
satisfactoria en los dos órdenes, el terapéutico y el analítico? (Pág. 195)
Estas cadenas
asociativas no sólo permiten proteger el recuerdo traumático principal, deformándolo
ante la conciencia, sino que también explica la actualidad de ese
recuerdo, es decir, ese estado especial de latencia que se
despierta por un suceso del presente. Se mantiene latente, porque se mantiene
vivo, aunque deformado a través de múltiples encadenamientos asociativos.
Ningún síntoma histérico puede surgir de una
vivencia real sola, sino que todas las veces el recuerdo de vivencias
anteriores, despertado por vía asociativa, coopera en la causación del síntoma.
(Pág. 196)
Los análisis de
diversos casos de neurosis (18 en total) emprendidos por Freud han coincidido
con un mismo punto de llegada: la vida sexual. Observación que se
expresa luego a manera de tesis.
No importa el caso o el síntoma del cual uno
haya partido, infaliblemente se termina por llegar al
ámbito del vivenciar sexual. (Pág. 198)
Ahora bien, tal y
como se dijo que existen “escenas eslabón”, hay también “vivencias
sexuales eslabón”, es decir, vivencias sexuales cuyo carácter traumático
sólo se va definiendo claramente en razón de la profundidad del pasado, en este
caso; vivencias sexuales que se hunden en las profundidades de nuestra
infancia.
Algunas de las vivencias sexuales de la
pubertad muestran luego una insuficiencia apta para incitarnos a proseguir el
trabajo analítico. Porque sucede que
también estas vivencias pueden carecer de idoneidad determinadora, si bien esto
es mucho más raro que en el caso de vivencias traumáticas de periodos posteriores
de la vida. (…)
¿Qué tal si se dijera que uno debe buscar el
determinismo de estos síntomas en otras vivencias, que se remonten todavía más
atrás, y entonces obedecer aquí por segunda vez a aquella ocurrencia salvadora
que antes nos guió desde las primeras escenas traumáticas hasta las cadenas
mnémicas de había tras ellas? Es cierto que así se llega a la época de la niñez
temprana, la época anterior al desarrollo de la vida sexual, lo que parece
entrañar una renuncia a la etiología sexual. Pero, ¿no se tiene derecho a
suponer que tampoco en la infancia faltan unas excitaciones sexuales leves, y,
más aún, que acaso el posterior desarrollo sexual está influido de la manera
más decisiva por vivencias infantiles? Es que unos influjos nocivos que afectan
al órgano todavía no evolucionado, a la función en proceso de desarrollo,
causan asaz a menudo efectos más serios y duraderos que los que podrían
desplegar en la edad madura. (Págs. 200-201)
Es este retrotraer
del vivenciar sexual por parte del análisis psíquico el que –según Freud-
revela la etiología de la histeria.
Si tenemos la perseverancia de llegar con el
análisis hasta la niñez temprana, hasta el máximo donde llegue la capacidad de
recordar de un ser humano, en todos los casos moveremos a los enfermos a
reproducir unas vivencias que por sus particularidades, así como por sus
vínculos con los posteriores síntomas patológicos, deberán considerarse la
etiología buscada de la neurosis. Estas vivencias infantiles son a su vez de contenido sexual, pero de índole más uniforme que las
escenas de pubertad anteriormente halladas; en ellas no se trata del despertar
del tema sexual por una impresión sensorial cualquiera, sino de unas
experiencias sexuales en el cuerpo propio, de un comercio sexual (en sentido lato). (…)
Formulo entonces esta tesis: en la base de
todo caso de histeria se encuentra una o varias vivencias –reproducibles por el trabajo analítico no obstante que el intervalo
pueda alcanzar decenios- de experiencia sexual prematura, y pertenecientes a la tempranísima niñez. Estimo que esta es una
revelación importante, el descubrimiento de un caput Nili {origen del Nilo} de la neuropatología… (Pág. 202)
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