El presente artículo
puede considerarse como propagandístico en relación a todos los demás artículos
anteriores consignados en este volumen. Su objetivo se centra en la promoción
para la introducción por parte de los médicos en su práctica clínica; del
elemento sexual como un recurso fundamental en la determinación y tratamiento
de las neurosis. Dicho de otro modo, la noción de la sexualidad como etiología de
la neurosis, que se fue desarrollando teóricamente artículo a artículo, aquí es
recomendada ya como un logro para la práctica médica, logro que sólo una serie
de prejuicios tradicionales sobre el tema de lo sexual se interpone a su
aplicación.
Freud, pretende para
la exploración psíquica de lo sexual, la misma naturalidad con que se asume la
exploración clínico-anatómica de lo genital.
Si factores de la vida sexual se disciernen
real y efectivamente como causas patológicas, averiguar tales factores y
traerlos a colación se convierte, sin más reparos, en un deber del médico. La lesión
del pudor en que de ese modo se incurre no es diversa ni más enojosa, se diría,
que la inspección de los genitales femeninos por él emprendida para curar una
afección local, a realizar la cual la propia academia lo obliga. (Pág. 258)
El factor sexual ha
permitido a Freud establecer una delimitación y clasificación de las neurosis.
Una primera
clasificación las agrupa en dos clases, según la preeminencia del período de
tiempo que enmarca su etiología:
Neurosis actuales
cuando es el presente.
Psiconeurosis cuando
es el pasado.
El presente, puede entenderse como la expresión de una etiología
de base somática; siendo así como encontramos conformando a las neurosis
actuales: la neurastenia y la neurosis de angustia.
Estas dos entidades se
encuentran diferenciadas por sus síntomas.
Aquí hallamos, por un lado, casos en que
pasan al primer plano ciertos achaques característicos de la neurastenia
(presión intracraneana, fatiga, dispepsia, obstrucción intestinal, irritación
espinal, etc.), mientras que en otros casos estos signos quedan relegados, y el
cuadro patológico se compone de otros síntomas, todos los cuales permiten
discernir un nexo con el síntoma nuclear de la “angustia” (estado de angustia
libre, inquietud, angustia de expectativa, ataques de angustia completos,
rudimentarios y suplementarios, vértigo locomotor, agorafobia, insomnio,
acrecentamiento del dolor, etc.). (Pág. 261)
Y por la especificidad
de las vivencias sexuales que las producen.
La neurastenia se deja reconducir siempre a
un estado del sistema nervioso como el que se adquiere por una masturbación
excesiva o el que engendran unas frecuentes poluciones; y en la neurosis de
angustia generalmente se hallan unos influjos sexuales que tienen en común el
factor de la contención o la satisfacción incompleta (como coitus interruptus, abstinencia existiendo una viva libido, la
llamada excitación frustránea, etc.). En el breve ensayo donde me empeñe en
introducir la neurosis de angustia, declaré esta fórmula: la angustia es, en
general, libido desviada de su empleo [normal]. (Pág. 262)
El pasado, puede entenderse como la expresión de una etiología
de base representacional; siendo así como encontramos conformando a las
psiconeurosis: la histeria y la neurosis de obsesiones.
Los sucesos e injerencias que están en la
base de toda psiconeurosis no corresponden a la actualidad, sino a una época de
la vida del remoto pasado, por así decir prehistórica, de la primera infancia,
y por eso no son consabidos para el enfermo. Este los ha olvidado –sólo que en
un sentido preciso-. (Pág. 261)
El médico hará bien
entonces, apropiándose este conocimiento y guiando la intervención terapéutica siguiendo
fijamente los pormenores de la vida sexual de sus pacientes; si desea confirmar
un diagnostico de neurosis y tratarla efectivamente.
Puesto que la
etiología de las neurosis apunta a vivencias sexuales “nocivas”, la terapia propendería
por restablecer el equilibrio de una sexualidad satisfactoria.
Ahora bien, una gran
parte de esta distorsión de la sexualidad descansa en la hipocresía, los
prejuicios y la ignorancia con que la sociedad rodea lo sexual.
Esto se traduce
en la idea de que la terapia de la neurosis debe abogar –y en esto Freud es muy moderno- por la promoción social de la
educación sexual.
En materia de profilaxis el individuo tiene
poca influencia. Es el conjunto social el que debe interesarse por estos
asuntos y aprobar la creación de instituciones sancionadas por la comunidad. (…)
Muchas cosas tendrían que cambiar. Es preciso
quebrar la resistencia de una generación de médicos que ya no pueden acordarse
de su propia juventud; debe vencerse la arrogancia de los padres que ante sus
hijos no están dispuestos a descender al nivel de la compresión humana, y hay
que combatir el irracional pudor de las madres, a quienes hoy por lo general
les parece una fatalidad inescrutable e inmerecida que “justamente sus hijos se
hayan vuelto nerviosos”. Pero, sobre todo, es necesario crear en la opinión
pública un espacio para que se discutan los problemas de la vida sexual; se debe
poder hablar de estos sin ser por eso declarado un perturbador o alguien que
especula con los bajos instintos. Y respecto de todo esto, resta un gran
trabajo para el siglo venidero, en el cual nuestra civilización tiene que
aprender a conciliarse con las exigencias de nuestra sexualidad. (Págs.
270-271)
Dos ideas de cierto interés
se destacan en el análisis que Freud realiza en la terapia de la neurastenia y
las psiconeurosis:
1) Detrás
de la neurastenia –afirma- se encuentra la práctica sexual de una masturbación
excesiva que por ser esta un medio compulsivo de la procura de un placer,
guarda algunos símiles con las adicciones en general.
Freud señala sobre
las adicciones, primero; que el necesario proceso de deshabituación al que debe
someterse el paciente, si sólo contempla un régimen de abstinencia sin trabajo
alguno sobre los fundamentos de la necesidad que se expresa en la adicción, el
porcentaje de recaída es muy alto.
La necesidad sexual, una vez despierta y
satisfecha durante cierto tiempo, ya no es posible imponerle silencio, sino
sólo desplazarla hacia otro camino. Por los demás, una puntualización
enteramente análoga vale para todas las otras curas de abstinencia, que tendrán
un éxito sólo aparente si el médico se conforma con sustraer al enfermo la
sustancia narcótica, sin cuidarse de la fuente de la que brota la imperativa
necesidad de aquella. (Pág. 268)
Segundo; que esta
necesidad de las adicciones puede ser la expresión de una necesidad sexual
frustrada.
Una indagación más precisa demuestra por lo
general que esos narcóticos están destinados a sustituir –de manera directa o
mediante unos rodeos- el goce sexual faltante, y cuando ya no se pueda
restablecer una vida sexual normal, cabrá esperar con certeza la recaída del
deshabituado. (Pág. 268)
2) Detrás
de las psiconeurosis –afirma- se encuentran vivencias sexuales que se remontan
al período de nuestra más temprana infancia, luego, no es del todo improcedente;
concebir la existencia de una sexualidad infantil.
Su etiología eficiente –la de las psiconeurosis- está en vivencias de la infancia, y también
aquí ciertamente –y de manera exclusiva-, en impresiones que afectan la vida
sexual. Uno yerra al descuidar por completo la vida sexual de los niños; hasta
donde alcanza mi experiencia, ellos son capaces de todas las operaciones
sexuales psíquicas, y de muchas somáticas. Así como no es cierto que los
genitales exteriores y ambas glándulas genésicas constituyan todo el aparato
sexual del ser humano, tampoco su vida sexual empieza sólo con la pubertad,
como pudiera parecer a la observación grosera. (Págs. 272-273)
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