En los artículos
anteriores a éste, se ha venido desarrollando la doble hipótesis de que la
neurosis en general tiene como base etiológica la vida sexual, y de que podemos
servirnos a su vez de esta vida sexual para delimitar y caracterizar en
particular; diversas neurosis.
Uno de los ejemplos
de esta forma de caracterización es la delimitación de la entidad que se ha
denominado “neurosis de angustia”; tarea realizada en el artículo “sobre la justificación de separar de la
neurastenia un determinado síndrome en calidad de “neurosis de angustia”” (1895
[1894]).
Produce neurosis de angustia todo cuanto
aparte de lo psíquico la tensión sexual somática, todo cuanto perturbe el
procesamiento psíquico de ella. Y si uno se remonta a las constelaciones
concretas dentro de las cuales este factor cobra vigencia, obtiene la
aseveración de que una abstinencia [sexual] voluntaria o involuntaria, un
comercio sexual con satisfacción insuficiente, el coitus interruptus, el desvío del interés psíquico respecto de
la sexualidad, etc., son los factores etiológicos específicos de la por mí
llamada “neurosis de angustia”. (Pág. 124)
Es precisamente sobre
aquel artículo que eleva Löwenfeld varias
críticas, críticas que Freud busca refutar aquí.
El postulado central
que se ataca es el del carácter somático y no representacional que Freud otorga
a la etiología de la neurosis de angustia.
La angustia no admite una derivación psíquica, vale decir, el
apronte angustiado que constituye el núcleo de la neurosis no es adquirible por
un afecto de terror psíquicamente justificado, sea único o repetido. Por terror
se generaría una histeria o una neurosis traumática, pero no una neurosis de
angustia. Según se intelige con facilidad, esta negativa no es sino el
correlato de mi tesis, de contenido positivo, según la cual la angustia de mi
neurosis corresponde a una tensión sexual somática desviada de lo psíquico, que
de lo contrario habría cobrado vigencia como libido. (Pág. 125)
Creyendo destruir
este postulado, Löwenfeld cita un ejemplo del surgimiento de una angustia crónica
precedido por un conflicto representacional o trauma psíquico.
En ese ejemplo se trata de una señora de
treinta años, casada desde hace cuatro, con tara hereditaria, que un año atrás
tuvo su primer parto difícil. Pocas semanas después de dar a luz se aterrorizó
por un ataque de enfermedad de su marido, y en un estado de agitación emotiva
empezó a correr en camisa en torno de la habitación fría. Quedó enferma desde
entonces; al principio tenía estados de angustia y palpitaciones al atardecer,
luego le sobrevinieron ataques de temblor convulsivo y, más adelante, fobias y
fenómenos parecidos: el cuadro de una neurosis de angustia plenamente
desarrollada. (Pág. 126)
Freud reconoce la veracidad del relato señalado por Löwenfeld y ofrece
él mismo, no uno, sino otros varios ejemplos en los que se corrobora la misma observación.
Si paso rápida revista a casos de mi
recuerdo, se me ocurre un hombre de cuarenta y cinco años a quien el primer
ataque de angustia (con colapso cardíaco) le sobrevino cuando lo anoticiaron de
la muerte de su padre muy anciano; a partir de ese momento se le desarrollo una
neurosis plena y típica, con agorafobia. Además, un joven que cayó bajo esta
misma neurosis por la excitación que le producían las querellas entre su joven
esposa y la madre de él, y cada nuevo altercado doméstico se volvía otra vez
agorafóbico; un estudiante un poco bohemio que produjo sus primeros ataques de
angustia mientras trabajaba duro para pasar sus exámenes, espoleado por el
disfavor paterno; una señora sin hijos que enfermó a raíz de su angustia por la
salud de una sobrinita, etc. (Pág. 126)
A pesar de coincidir
en la observancia de hechos donde la explosión de una angustia crónica está
precedida de conflictos representacionales o traumas psíquicos, la diferencia con Löwenfeld –dice Freud- radica en la interpretación que se da de estos
hechos.
Para Freud, una causa
inmediatamente precedente en el tiempo al surgimiento de un fenómeno (como lo
es aquí el trauma psíquico a la neurosis de angustia), no siempre significa que
sea la causa específica o principal del mismo, y sólo puede que actué como
causa auxiliar.
En este caso, causa
auxiliar del proceso somático (tensión sexual somática frustrada de su
participación de lo psíquico) que de hecho se encuentra detrás y sería el
responsable especifico de las neurosis de angustia de los ejemplos citados.
Pues bien, eso era lo que sucedía en mis
casos de neurosis de angustia. El hombre que (enigmáticamente) cayó enfermo al
ser anoticiado de la muerte de su padre (introduzco esa glosa entre paréntesis
porque la muerte no era inesperada ni sobrevivo en circunstancias inhabituales,
conmovedoras); ese hombre, digo, hacía once años que vivía en coitus interruptus con su esposa, a quien él procuraba
satisfacer la mayoría de las veces; el joven que no toleraba las disputas entre
su mujer y su madre había practicado desde el comienzo con su esposa el retiro
para ahorrarse cargar con una descendencia; el estudiante que por exceso de
trabajo contrajo una neurosis de angustia, en lugar de la cerebrastenia que
sería de esperar, mantenía desde hacía tres años una relación con una muchacha
a quien tenía prohibido preñar; la señora sin hijos que cayó enferma de
neurosis de angustia por la salud de su sobrina estaba casada con un hombre
impotente y nunca había sido satisfecha sexualmente, etc. (Págs. 127-128)
Freud resume su refutación
a la crítica de Löwenfeld diciendo, que esta sólo sería válida; si detrás del
estallido de una angustia crónica demuestra en sus pacientes el pleno gozo de
una vida sexual normal.
Deberá oponerme observaciones en que mi
factor específico esté ausente, vale decir, unos casos de génesis de neurosis
de angustia tras un choque psíquico, dada una vita sexualis normal (en líneas generales). (Pág. 128)
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