IV. SOBRE LA PSICOTERAPIA DE LA HISTERIA (Freud)
I. La vía del apremio consciente y el esclarecimiento
de los fenómenos de la resistencia y la represión.
Si bien el método
catártico de Breuer introducía como concepto central para la psicoterapia; la
idea de “análisis psíquico”, entendido éste como el ejercicio mnémico de
retrotraer los síntomas histéricos a sus procesos ocasionadores, el camino en
el que se baso para la necesaria ampliación de la memoria del paciente fue
mayoritariamente el de la hipnosis.
Freud se apropia
entusiasmado el concepto pero termina por abandonar el recurso de la hipnosis
por las dificultades que le suponía lograr alcanzar aquel estado con todos sus
pacientes.
Se apoya entonces, en
el “apremio consciente” como la herramienta para acceder al pasado.
Cuando en la primera entrevista preguntaba a
mis pacientes si recordaban la ocasión primera de su síntoma, unos decían no
saberla, y otros aportaban alguna cosa que designaban como un recuerdo oscuro,
y no podían seguirlo. Y si yo entonces, siguiendo el ejemplo de Bernheim cuando
despertaba impresiones del sonambulismo presuntamente olvidadas, insistía, les
aseguraba a los enfermos de las dos clases mencionadas que no obstante lo
sabían, que ya se acordarían, etc., a los primeros se les ocurría algo y en los
otros el recuerdo conquistaba otra pieza. Entonces yo me volvía más insistente
aún, ordenaba a los enfermos acostarse y cerrar los ojos deliberadamente para
“concentrarse”, lo cual ofrecía al menos cierta semejanza con la hipnosis; de
este modo hice la experiencia de que sin mediar hipnosis alguna afloraban
nuevos y más remotos recuerdos que con probabilidad eran pertinentes para
nuestro tema. (Pág. 275)
Este camino le lleva
a encontrarse de una manera mucho más clara que con la hipnosis; con el
fenómeno de la resistencia y con el fenómeno de la represión el cual puede
considerarse como el anverso del primero y el principal mecanismo psicológico
responsable de la histeria.
Tales experiencias –las del apremio consciente- me dejaron la impresión de que un mero
esforzar podía hacer salir a la luz las series de representaciones patógenas
cuya presencia era indudable, y como ese esforzar costaba empeños y me sugería
la interpretación de tener que superar yo una resistencia, traspuse sin más ese
estado de cosas a la teoría según la
cual mediante
mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una fuerza que
contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las representaciones patógenas. (Pág. 275)
Seguidamente, la naturaleza
inconciliable que parecía compartir todas las representaciones reprimidas que
observaba, le sugiere concebir este proceso psíquico como un proceso de
defensa.
Averigüé un carácter general de tales
representaciones; todas ellas eran de naturaleza penosa, aptas para provocar
los afectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación de un
menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas
vivenciado, preferiría olvidarlas. De ello se desprendía, como naturalmente, la
idea de la defensa. (Págs. 275-276)
La fuerza que en el análisis se muestra como “resistencia”, en un principio en la vida del paciente actúa como “represión/defensa”.
En efecto, era de universal consenso entre
los psicólogos que la admisión de una nueva representación (admisión en el
sentido de la creencia, atribución de la realidad) depende de la índole y de la
dirección de las representaciones ya reunidas en el interior del yo; y ellos
han creado particulares nombres técnicos para
el proceso de censura a que es sometida la recién llegada. Ante el yo
del enfermo se había propuesto una representación que demostró ser
inconciliable, que convocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era
la defensa frente a esa
representación inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la
representación correspondiente fue esforzada afuera de la conciencia y del
recuerdo, y en apariencia era ya imposible pesquisar su huella psíquica.
Empero, esa huella tenía que estar presente. Cuando yo me empeñaba en dirigir
la atención hacia ella, sentía como resistencia a la misma fuerza que en la génesis del síntoma se había mostrado como repulsión. Y la cadena parecía cerrada siempre que yo
pudiera tornar verosímil que la representación se había vuelto patógena
justamente a consecuencia de la expulsión y represión {esfuerzo de desalojo}.
(Pág. 276)
Es por esto por lo
que Freud señala que los pacientes histéricos no sufren de “no saber” si no de
un “no querer saber”.
Vale decir: una fuerza psíquica, la
declinación del yo, había originariamente esforzado afuera de la asociación la
representación patógena, y ahora contrariaba su retorno en el recuerdo. Por
tanto, el no saber de los histéricos era en verdad un… no querer saber, más o
menos conciente, y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico. (Pág. 276)
La vía del “apremio
consciente” propuesta por Freud como recurso para la ampliación de la memoria
de los pacientes histéricos se ve reforzada por dos elementos:
el artificio de
la imposición de manos y la regla de no ejercer ningún tipo de censura en la comunicación.
Anticipo al enfermo que le aplicaré
enseguida una presión sobre su frente; le aseguro que, mientras dure esa
presión y al cabo de ella, verá ante sí un recuerdo en forma de imagen, o lo
tendrá en el pensamiento como ocurrencia, cualquiera que ella fuere. Le digo
que no tiene permitido reservárselo por opinar, acaso, que no es lo buscado, lo
pertinente, o porque le resulta desagradable decirlo. Nada de crítica ni de
reserva, ya provenga del afecto o del menos precioso. Le afirmo que sólo así podremos
hallar lo buscado, que así lo hallaremos infaliblemente. (Pág. 277)
El apremio como tal,
opera como un estimulo, pero su eficacia (junto a la del mismo análisis
psíquico) se funda en el entramado asociativo de nuestras representaciones.
No siempre es un recuerdo “olvidado” el que
aflora bajo la presión de la mano; es rarísimo que los recuerdos genuinamente
patógenos se hallen tan en la superficie. Con mucho mayor frecuencia emerge una
representación que dentro de la cadena asociativa es un eslabón entre la
representación de partida y la buscada, patógena, o una representación que
constituye el punto de partida de una nueva serie de pensamientos y recuerdos,
a cuyo término se sitúa la representación patógena. Entonces, la presión no ha
puesto en descubierto la representación patógena –la cual, por lo demás,
separada del contexto, sin preparación, sería ininteligible-, pero ha señalado
el camino hacia ella, la dirección en que debe avanzar la búsqueda. (…)Toda vez
que en el camino hacia la representación patógena vuelva a cortarse la ilación,
es preciso repetir el procedimiento, la presión, a fin de procurar una
orientación y un anudamiento nuevos. (Pág. 278)
Uno de los más
comunes contrapesos que opone el paciente a la comunicación libre es el de desvirtuar
lo que se comunica.
Los esclarecimientos más importantes suelen
venir anunciados como unos superfluos adornos, cual los príncipes disfrazados
de mendigos en la ópera: “Ahora se me ha ocurrido algo, pero no vale para nada.
Sólo se lo digo porque usted pide saberlo todo”. Así introducida, las más de
las veces llega luego la solución por tanto tiempo ansiada; siempre aguzo el
oído cuando escucho a los enfermos hablar con tanto menosprecio de una
ocurrencia. En efecto, es signo de una defensa lograda que las representaciones
patógenas hayan de aparecer como de tan escasa sustancia en su reafloramiento;
de ahí uno puede inferir en qué consistió el proceso de la defensa: en tornar
débil la representación fuerte, arrancarle el afecto. (Págs. 285-286)
Puesto que el éxito
del análisis descansa en el tramite adecuado (drenaje) de las representaciones
sofocadas por la defensa, una de las herramientas que sirven al médico para
determinar si se ha realizado o no una descarga completa es la lectura gestual
del paciente.
La regla de no perder de vista durante el
análisis los gestos del que yace en posición de reposo. Uno aprende entonces a
distinguir sin dificultad entre el reposo anímico por falta efectiva de toda
reminiscencia, y la tensión y los signos de afecto bajo los cuales el enfermo
busca desmentir, al servicio de la defensa, la reminiscencia que aflora. (Pág.
287)
Otra es, la
persistencia u obstinación que muestre una imagen o representación.
Cuando el trabajo está terminado, el campo
visual se muestra otra vez libre, uno puede sonsacar otra imagen. Pero otras
veces la imagen persiste, obstinada, ante la visión interna del enfermo, por
más que este la haya descrito; para mí es un signo de que aún tiene que decirme
algo importante sobre el tema de la imagen. Tan pronto él lo consuma, la imagen
desaparece como se apacigua un espíritu redimido. (Pág. 286)
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