La gran mayoría
de las representaciones inconciliables, y la angustia, comparten como fuente
común; la vida sexual.
El análisis psíquico
seria pues, una retraducción a lo sexual de las representaciones obsesivas y
las fobias.
Citemos pues por
extenso la retraducción que realiza Freud de tres casos clínicos:
1. una muchacha padece de reproches
obsesivos. Si leía en el periódico sobre unos monederos falsos, daba en pensar
que ella misma había fabricado moneda falsa; si en alguna parte un malhechor
desconocido había perpetrado un homicidio, se preguntaba ella angustiosamente
si no había cometido ese asesinato. Y a
la vez tenía clara conciencia del despropósito de estos reproches obsesivos.
Durante cierto lapso la conciencia de culpa alcanzó tanto imperio sobre ella
que ahogó su crítica, y se acusaba ante sus parientes y ante el médico de haber
perpetrado realmente todos esos crímenes (psicosis por acrecentamiento simple –
psicosis de avasallamiento). Un interrogatorio firme descubrió entonces la fuente de donde
provenía su conciencia de culpa: Incitada por una sensación voluptuosa casual,
se había dejado inducir por una amiga a la masturbación, y desde hacía años la
practicaba con la cabal conciencia de su mala acción y los autorreproches más
violentos, pero, como es habitual, inútiles. Un exceso tras asistir a un baile
había provocado el acrecentamiento hasta la psicosis. La muchacha curó tras
unos meses de tratamiento y de una vigilancia muy severa.
2. Otra muchacha sufría bajo el miedo de que
la asaltaran las ganas y entonces se orinaría; ello después de una urgencia así
la constriño realmente cierta vez a abandonar la sala de conciertos durante la
ejecución. Esta fobia le había quitado poco a poco toda capacidad de goce y de
trato social. Sólo se sentía bien si se sabía próxima a un baño al que pudiera
ir sin ser advertida. Estaba excluida cualquier afección orgánica del gobierno
sobre la vejiga que justificara ese malestar. Las ganas de orinar no le venían
en su casa, en condiciones de tranquilidad, ni durante la noche. Un examen
ahondado demostró que la presión en la vejiga le sobrevino la primera vez en
las siguientes condiciones: en la sala de conciertos, no lejos de ella se había
sentado cierto señor que no era indiferente a su sentir. Empezó a pensar en él
y a pintarse cómo se sentaría a su lado siendo su esposa. Estando en esta
ensoñación erótica, le sobrevino aquella sensación corporal que es preciso
comparar con la erección del varón y que en ella –no sé si así ocurre en
general- concluía con una ligera presión de vejiga. De esta sensación sexual,
con la que ya estaba habituada, se espantó mucho ahora, porque entre sí había
resuelto combatir esa inclinación y cualquier otra semejante; y un instante
después este afecto se le trasfirió sobre las ganas de orinar concomitantes,
constriñéndola a abandonar la sala tras una lucha martirizadora. En su vida
ordinaria era tan mojigata que todo lo sexual le causaba intenso horror, y no
podía concebir la idea de que se casaría alguna vez; por otra parte, era
sexualmente tan hiperestésica que aquella sensación voluptuosa le aparecía con
cualquier ensoñación erótica que se permitiese. Las ganas de orinar habían
acompañado siempre a la erección, pero sin que ello la impresionara hasta aquella
escena en la sala de conciertos. El tratamiento permitió dominar la fobia casi
por completo.
3. Una joven señora que tras cinco años de
matrimonio tenía un solo hijo, se me quejo de su impulso obsesivo de arrojarse
por la ventana o el balcón, y del miedo que la asaltaba, a la vista de
cualquier cuchillo filoso, de acuchillar a su hijo. El comercio conyugal,
confesó, se había vuelto raro y se lo practicaba sólo con cautelas
anticonceptivas; pero –afirmó- no le hacía falta, pues no era de naturaleza sensual.
Me atreví a decirle que a la vista de un hombre le acudían representaciones
eróticas, que por eso había perdido la confianza en sí misma y se le antojaba
que ella era una persona abyecta, capaz de cualquier fechoría. Esa retraducción
de la representación obsesiva a lo sexual fue certera; confesó enseguida,
llorando, su miseria conyugal por largo tiempo ocultada, y luego comunicó
también unas representaciones penosas de carácter sexual inmodificado, como la
sensación, que le retornaba a menudo, de pujarle algo debajo del vestido.
(Págs. 56-57-58)
Queda pues por
elucidar el papel que tendría el mecanismo de defensa en la etiología de la
psicosis.
Si bien en la base de
la psicosis puede rastrearse una situación conflictiva frente a
representaciones inconciliables que justifican la defensa, esta parece operarse
sin ejercer el divorcio descrito más arriba entre las representaciones
inconciliables y su afecto.
En los dos casos considerados hasta ahora,
la defensa frente a la representación inconciliable acontecía mediante el
divorcio entre ella y su afecto. Pero la representación, si bien debilitada y
aislada, permanecía dentro de la conciencia. Ahora bien, existe una modalidad
defensiva mucho más enérgica y exitosa, que consiste en que el yo desestima la
representación insoportable junto con su afecto y se comporta como si la
representación nunca hubiera comparecido. Sólo que en el momento
en que se ha conseguido esto, la persona se encuentra en una psicosis que no
admite otra clasificación que “confusión alucinatoria”. (Pág.59)
La defensa se alcanza
mutilando la realidad inconciliable y afirmando a su vez la realidad deseada.
El yo se arranca de la representación
insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con un fragmento de
realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se desase
también, total o parcialmente, de la realidad objetiva. (Pág. 60)
El ejemplo que se nos
ofrece es el siguiente:
Una joven ha regalado a cierto hombre una
primera inclinación impulsiva, y cree firmemente ser correspondida. Está, de
hecho, en un error; el joven tiene otro motivo para frecuentar la casa. Los
desengaños no tardan en llegar; primero se defiende de ellos mediante la
conversión histérica de las experiencias correspondientes, y así conserva su
creencia en que él vendrá un día a pedir su mano; no obstante, se siente
desdichada y enferma, a consecuencia de que la conversión es incompleta y de
los permanentes asaltos de nuevas impresiones adoloridas. Por fin, con la
máxima tensión, lo espera para un día prefijado, el día de un festejo familiar.
Y trascurre ese día sin que él acuda. Pasados ya todos los trenes en que podía
haber llegado, ella se vuelca de pronto a una confusión alucinatoria. El ha
llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar, con su vestido de noche,
para recibirlo. Desde entonces, y por dos meses, vive un dichoso sueño cuyo
contenido es: él está ahí, anda en derredor de ella, todo está como antes
(antes de los desengaños de los que laboriosamente se defendía). (Pág. 59)
Por último, es
importante recordar que la premisa central tanto del modelo terapéutico de la
abreacción en general como de las explicaciones aquí ofrecidas en particular;
es la existencia en nuestra psiquis de flujos energéticos que revisten a las
representaciones.
En las funciones psíquicas cabe distinguir
algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de
la cantidad –aunque no poseamos medio alguno para medirla-; algo que es
susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde
por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga
eléctrica por la superficie de los cuerpos. (Pág. 61)
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