5. CASO ELISABETH VON R. (Continuación 2)
III. MECANISMO PSÍQUICO O EXPLICACIÓN PSICOLÓGICA.
Implicaciones psicológicas y físicas del cuidado de
un enfermo.
Elisabeth guarda con
el caso Anna O. la semejanza de que en el origen de sus histerias las
encontramos inmersas completamente en el cuidado de un enfermo –en los dos
casos el padre- que posteriormente fallece.
Freud expone aquí las posibles
implicaciones que puede tener esta tarea en el desarrollo de la histeria.
Hay buenas razones para que el cuidado de un
enfermo desempeñe tan significativo papel en la prehistoria de la histeria. (…)
Quien tiene la mente ocupada por la
infinidad de tareas que supone el cuidado de un enfermo, tareas que se suceden
en interminable secuencia a lo largo de semanas y de meses, por una parte se
habitúa a sofocar todos los signos de su propia emoción y, por la otra, distrae
pronto la atención de sus propias impresiones porque le faltan el tiempo y las
fuerzas para hacerles justicia. Así, el cuidador de un enfermo almacena en su
interior una plétora de impresiones susceptibles de afecto; apenas si se las ha
percibido con claridad, y menos todavía pudieron ser debilitadas por
abreacción. Así se crea el material para una “histeria de retención”. Si el
enfermo cura, todas esas impresiones son fácilmente desvalorizadas; pero si muere,
irrumpe el tiempo del duelo, en el cual sólo parece valioso lo que se refiere
al difunto, y entonces les toca el turno también a esas impresiones que
aguardaban tramitación y, tras un breve intervalo de agotamiento, estalla la
histeria cuyo germen se había instalado mientras cuidaba al enfermo. (Págs.
175-176)
Histeria de retención.
Con la intensión de
subrayar el papel de la “retención” en el desarrollo de la histeria, Freud
expone el caso de Rosalia H. una aspirante a cantante de 23 años quien le consulta
por una acuciante sensación de ahogo y opresión en la garganta.
El análisis psíquico
arroja que en su infancia la paciente se vio sometida a constantes abusos por
parte de su tío (en una nota se revela que éste era realmente su padre), los cuales
soporto en silencio y sin reaccionar de ninguna manera.
Debía hacer los mayores esfuerzos para
sofocar las exteriorizaciones de su odio y su desprecio hacia su tío. Fue
entonces cuando se generó en ella la sensación de opresión en la garganta. Cada
vez que debía guardarse una respuesta, que se hacía violencia para permanecer
tranquila frente a una falta indignante, sentía la irritación en la garganta,
la opresión, la denegación de la voz; en suma: todas las sensaciones
localizadas en laringe y faringe que ahora la perturbaban al cantar. (Pág. 183)
Una de estas formas de abuso poseía una clara connotación sexual.
El tío malo, que padecía de reumatismo, le
había pedido que lo masajeara en la espalda. Ella no se atrevió a rehusarse.
Yacía él mientras tanto en la cama; de pronto se destapó, se levantó, quiso
atraparla y voltearla. Desde luego, ella interrumpió los masajes, y un momento
después había huido a refugiarse encerrándose en su habitación. (Pág. 185)
Posteriormente esta
escena adquirirá gran importancia en el desarrollo de un nuevo síntoma en la
paciente –“una desagradable comezón en la punta de los dedos”- cuando se ve
obligada a soportar nuevos malos tratos, esta vez por parte de la esposa de su
verdadero tío en cuya casa se había hospedado al huir de la casa de su padre.
La conversión fue costeada, en parte, por lo
recién vivenciado y, en parte, por un afecto recordado. (Pág. 186)
Este proceso; el del
surgimiento fugaz de un síntoma, su latencia y después su resurgimiento esta
vez de manera permanente, es el que observamos también en el caso de Elisabeth.
Casi todas las veces que investigué el
determinismo de esos estados, no descubrí una ocasión única, sino un grupo de
ocasiones traumáticas semejantes. En muchos de esos casos se pudo comprobar que
el síntoma respectivo ya había aparecido por breve lapso tras el primer trauma,
para retirarse luego, hasta que un siguiente trauma lo volvió a convocar y
estabilizó. (Pág. 186)
La sumación de afecto
observada en este proceso de retención explica este resurgimiento de lo
vivenciado, este poder tanto del afecto fresco como del afecto recordado.
Aquí lo que importa es, evidentemente, un
factor cuantitativo, a saber, la cuantía de esa tensión de
afecto conciliable con una organización. También el histérico podrá mantenerla
no tramitada en cierta medida; pero si esta última crece, por sumación de
ocasiones semejantes, más allá de la capacidad de tolerancia del individuo, se
ha dado el empuje hacia la conversión. Por eso no constituye un raro enunciado,
sino casi un postulado, que la formación de síntomas histéricos puede
producirse también a expensas de un afecto recordado. (Pág. 187)
Sobre la determinación de los síntomas histéricos.
Hasta aquí se ha
abordado la primera de las dos cuestiones centrales del análisis psíquico: el
problema de la causación de la histeria; ¿el por qué? Y ¿el cómo?
Como motivo -¿el por
qué?-; se ha establecido al conflicto y a la defensa del yo ante una idea
inconciliable:
la inclinación amorosa de Elisabeth por su cuñado frente a sus
deberes morales con su hermana.
Como mecanismo -¿el
cómo?; se ha expuesto el proceso de conversión en inervación somática de los
montos de afecto no tramitados:
todo el monto de afecto de la inclinación
amorosa de Elisabeth por su cuñado.
Resta pues entonces
abordar la segunda cuestión: la determinación de los síntomas.
¿Por qué justamente los dolores en las
piernas tomarían sobre sí la subrogación del dolor anímico? (Pág. 187)
Freud plantea como
dos, las formas generales en que se determinan los síntomas histéricos:
i) Por simultaneidad: cuando un dolor fundamentado orgánicamente se da simultánea
o paralelamente a una vivencia traumática y se termina por asociarlos directamente.
ii) Por simbolismo: aquí igualmente puede no crearse ningún dolor sino aprovecharse
de uno ya existente de fundamento orgánico para simbolizar una situación
anímica conservándolo y aumentándolo.
El posible proceso de simbolización en la determinación del dolor de
Elisabeth nos es expuesto de la siguiente manera:
Si la enferma puso fin al relato de toda una
serie de episodios con la queja de que se había sentido dolida de su “soledad”, y en otra serie, que abarcaba sus
infortunados intentos de establecer una vida familiar nueva, no cesaba de
repetir que lo doliente ahí era el sentimiento de su desvalimiento, de la sensación de “no avanzar un paso”, yo no podía menos que atribuir a sus
reflexiones un influjo sobre la plasmación de la abasia; me vi llevado a
suponer que ella directamente buscaba una expresión simbólica para sus pensamientos de tinte dolido, y lo
había encontrado en el refuerzo de su padecer. (Pág. 167)
También se señala un
tipo de simbolización donde aparentemente se llegaría a crear un dolor como
signo de una vivencia traumática.
Para ilustrar esta
posibilidad Freud nos remite al caso Cäcilie, paciente – “de raras dotes, en particular artísticas, cuyo muy desarrollado sentido
de las formas se daba a conocer en poesías de bella perfección”- a la que
muchos de sus dolores podían retrotraerse hasta representaciones o expresiones
lingüísticas:
1) Neuralgia facial:
La enferma se vio trasladada a una época de
gran susceptibilidad anímica hacia su marido; contó sobre un plática que tuvo
con él, sobre una observación que él le hizo y que ella concibió como una grave
afrenta {mortificación}; luego se tomó de pronto la mejilla, gritó de dolor y
dijo: “para mí eso fue como una bofetada”. (Págs. 190-191)
2) Dolor en el talón derecho:
El análisis nos llevó hasta un tiempo en que
la paciente se encontraba en un sanatorio extranjero. Había pasado ocho días en
su habitación, y el médico del instituto debía venir a recogerla para que
asistiera por primera vez a la mesa común. El dolor se generó en el momento en
que la enferma tomó su brazo para abandonar la habitación; desapareció en el
curso de la reproducción de esa escena, cuando la enferma manifestó que ella
había estado gobernada entonces por el miedo de no “andar derecha” en esa reunión de personas extrañas. (Págs.
191-192)
3) Dolor en el corazón, la cabeza y el cuello:
Toda una serie de sensaciones corporales,
que de ordinario se mirarían como de mediación orgánica, eran en ella de origen
psíquico o, al menos, estaban provistas de una interpretación psíquica. Una
serie de vivencias iba acompañada en ella por la sensación de una punzada en la
zona del corazón (“Eso me dejo clavada una espina en el corazón”) El dolor de
cabeza puntiforme de la histeria se resolvía en ella inequívocamente como dolor
de pensamiento. (“Se me ha metido en la cabeza”) Y el dolor aflojaba cuando se
resolvía el problema respectivo. La sensación de aura histérica en el cuello
iba paralela a este pensamiento: “Me lo tengo que tragar”, cuando esta
sensación emergía a raíz de una afrenta. (Pág. 193)
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