3. CASO LUCY R.
I. PRESENTACIÓN DEL CASO.
Mujer de 30 años de
edad que trabaja como gobernanta en la casa de un acaudalado industrial.
Sintomatología:
Infección nasal
crónica.
Persistencia penosa
de sensaciones olfativas subjetivas (“olor a pastelillos quemados/olor a humo
de tabaco”).
Abatimiento; fatiga,
pesadez de cabeza, falta de apetito, disminución de su capacidad de
rendimiento.
II. HIPOTESIS DE TRABAJO: El olor subjetivo como
símbolo mnémico de una vivencia traumática y correspondiente a un olor objetivo
presente al momento del conflicto.
Debía de ser posible hallar una vivencia en
la cual estos olores, ahora devenidos subjetivos, hubieran sido objetivos; esa
vivencia tenía que ser el trauma, y las sensaciones olfatorias se repetirían
como un símbolo de él en el recuerdo. (…)
Se requería imprescindiblemente que las
sensaciones olfatorias subjetivas mostraran una especialización tal que pudiera
corresponder a su origen en un objeto real perfectamente determinado. (…)
A mi pregunta sobre la clase de olor que más
la perseguía, recibí esta respuesta: “como de pastelillos quemados”. Sólo me
hizo falta suponer, entonces, que en la vivencia de eficacia traumática
realmente había intervenido el olor a pastelillos quemados. (…)
Me resolví entonces a hacer del olor a
“pastelillos quemados” el punto de partida del análisis. (Págs. 124, 125)
III. DIGRESIÓN SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA METODOLOGÍA
DEL ANÁLISIS PSÍQUICO.
La hipnosis como
recurso del análisis psíquico muestra en este caso como en muchos otros una
considerable limitación en su aplicación: todas las personas no son
susceptibles o se muestran refractarias a entrar en este estado de
sonambulismo.
Miss Lucy R. no cayó sonámbula cuando
intenté hipnotizarla. Renuncié entonces al sonambulismo e hice todo el análisis
con ella en un estado que se distinguiría a penas del normal. (Pág. 125)
Tal situación plantea
el siguiente problema: ¿Cómo alcanzar una ampliación de la memoria
del paciente –condición fundamental del método abierto por el enfoque
catártico- renunciando al recurso de la hipnosis?
Al renunciar al sonambulismo me perdía
quizás una condición previa sin la cual el método catártico parecía
inaplicable. Ella consistía en que en el estado de conciencia alterado los
enfermos disponían de unos recuerdos y discernían unos nexos que presuntamente
no estaban presentes en su estado de conciencia normal. Toda vez que faltara el
ensanchamiento sonámbulo de la memoria, debía de estar ausente también la
posibilidad de establecer una destinación causal. (…) y justamente los
recuerdos patógenos están “ausentes de la memoria de los enfermos en su estado
psíquico habitual, o están ahí presentes sólo de una manera en extremo
sumaria.” (Pág. 127)
Para superar este
obstáculo Freud recurre a una experiencia hecha por Bernheim en la que por
admonición perentoria obligaba a sus pacientes a que le comunicasen ya en
estado de vigilia, las situaciones vividas en estado de sonambulismo y que
aseguraban no conocer.
En la mayoría de los
casos la admonición basto para que las recordasen.
La premisa que se
apropia Freud de esta experiencia para reelaborar su método terapéutico es la
de que “el paciente sabe de sus recuerdos patógenos.”
Me resolví a partir de la premisa de que
también mis pacientes sabían todo aquello que pudiera tener una
significatividad patógena, y que sólo era cuestión de constreñirlos a
comunicarlo. (Pág. 127)
Es así como de esta
forma se origina el método de “concentración por imposición de manos”,
que es una reelaboración del “método catártico” -que depende de la
hipnosis- y que se coloca a medio camino entre este y el método de la “asociación
libre” propio del psicoanálisis más maduro.
Cuando llegaba a un punto en que a la
pregunta: “¿Desde cuándo tiene usted este síntoma?” o “¿A qué se debo eso?”,
recibía por respuesta: “Realmente no lo sé”, procedía de la siguiente manera:
ponía la mano sobre la frente del enfermo, o tomaba su cabeza entre mis manos,
y le decía: “Ahora, bajo la presión de mi mano, se le ocurrirá. En el instante
en que cese la presión, usted verá ante sí algo, o algo se le pasará por la
mente como súbita ocurrencia, y debe capturarlo. Es lo que buscamos. –Pues
bien; ¿Qué ha visto o qué se le ha ocurrido?”. (Pág. 127)
Dos observaciones
tempranas surgen de la aplicación de este método:
La primera; que se
debe combatir cualquier tipo de censura o crítica por parte del paciente en su
comunicación.
Los enfermos todavía no habían aprendido a
dejar reposar su crítica, habían desestimado el recuerdo aflorante o la
ocurrencia porque los consideraron inservibles, una perturbación entretenida, y
después que la comunicaron se vio en todos los casos que era lo correcto. (Pág.
128)
La segunda; que hay mucho
de deliberado en el “olvido” de las vivencias patógenas.
Esta manera de ensanchar la conciencia
presuntamente estrechada era trabajosa, al menos mucho más que la exploración
en el sonambulismo. Pero me permitió independizarme de este último y me procuró
una intelección acerca de los motivos que son con frecuencia decisivos para el
“olvido” de recuerdos. Puedo aseverar que ese olvido es a menudo deliberado,
deseado. Y siempre, sólo en apariencia es logrado. (Pág. 129)
La premisa del nuevo
método se ve pues confirmada por los análisis y señalan la existencia de una
nueva dimensión de lo psíquico paralela a la conciencia.
La conclusión que extraje de todas esas
experiencias fue que las vivencias de importancia patógena, con todas sus
circunstancias accesorias, son conservadas fielmente por la memoria aun donde
parecen olvidadas, donde el enfermo le falta la capacidad de acordarse de
ellas. (Pág. 129)
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