miércoles, 27 de junio de 2012

ESTUDIOS SOBRE LA HISTERIA ( IX ) - Historiales clínicos.


3. CASO LUCY R.


I. PRESENTACIÓN DEL CASO.
 Mujer de 30 años de edad que trabaja como gobernanta en la casa de un acaudalado industrial.

Sintomatología:
Infección nasal crónica.
Persistencia penosa de sensaciones olfativas subjetivas (“olor a pastelillos quemados/olor a humo de tabaco”).
Abatimiento; fatiga, pesadez de cabeza, falta de apetito, disminución de su capacidad de rendimiento.


II. HIPOTESIS DE TRABAJO: El olor subjetivo como símbolo mnémico de una vivencia traumática y correspondiente a un olor objetivo presente al momento del conflicto.

Debía de ser posible hallar una vivencia en la cual estos olores, ahora devenidos subjetivos, hubieran sido objetivos; esa vivencia tenía que ser el trauma, y las sensaciones olfatorias se repetirían como un símbolo de él en el recuerdo. (…)

Se requería imprescindiblemente que las sensaciones olfatorias subjetivas mostraran una especialización tal que pudiera corresponder a su origen en un objeto real perfectamente determinado. (…)

A mi pregunta sobre la clase de olor que más la perseguía, recibí esta respuesta: “como de pastelillos quemados”. Sólo me hizo falta suponer, entonces, que en la vivencia de eficacia traumática realmente había intervenido el olor a pastelillos quemados. (…)

Me resolví entonces a hacer del olor a “pastelillos quemados” el punto de partida del análisis. (Págs. 124, 125)


III. DIGRESIÓN SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LA METODOLOGÍA DEL ANÁLISIS PSÍQUICO.
La hipnosis como recurso del análisis psíquico muestra en este caso como en muchos otros una considerable limitación en su aplicación: todas las personas no son susceptibles o se muestran refractarias a entrar en este estado de sonambulismo.

Miss Lucy R. no cayó sonámbula cuando intenté hipnotizarla. Renuncié entonces al sonambulismo e hice todo el análisis con ella en un estado que se distinguiría a penas del normal. (Pág. 125)

Tal situación plantea el siguiente problema: ¿Cómo alcanzar una ampliación de la memoria del paciente –condición fundamental del método abierto por el enfoque catártico- renunciando al recurso de la hipnosis?

Al renunciar al sonambulismo me perdía quizás una condición previa sin la cual el método catártico parecía inaplicable. Ella consistía en que en el estado de conciencia alterado los enfermos disponían de unos recuerdos y discernían unos nexos que presuntamente no estaban presentes en su estado de conciencia normal. Toda vez que faltara el ensanchamiento sonámbulo de la memoria, debía de estar ausente también la posibilidad de establecer una destinación causal. (…) y justamente los recuerdos patógenos están “ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, o están ahí presentes sólo de una manera en extremo sumaria.” (Pág. 127)

Para superar este obstáculo Freud recurre a una experiencia hecha por Bernheim en la que por admonición perentoria obligaba a sus pacientes a que le comunicasen ya en estado de vigilia, las situaciones vividas en estado de sonambulismo y que aseguraban no conocer.

En la mayoría de los casos la admonición basto para que las recordasen.

La premisa que se apropia Freud de esta experiencia para reelaborar su método terapéutico es la de que “el paciente sabe de sus recuerdos patógenos.”

Me resolví a partir de la premisa de que también mis pacientes sabían todo aquello que pudiera tener una significatividad patógena, y que sólo era cuestión de constreñirlos a comunicarlo. (Pág. 127)

Es así como de esta forma se origina el método de “concentración por imposición de manos”, que es una reelaboración del “método catártico” -que depende de la hipnosis- y que se coloca a medio camino entre este y el método de la “asociación libre” propio del psicoanálisis más maduro.

Cuando llegaba a un punto en que a la pregunta: “¿Desde cuándo tiene usted este síntoma?” o “¿A qué se debo eso?”, recibía por respuesta: “Realmente no lo sé”, procedía de la siguiente manera: ponía la mano sobre la frente del enfermo, o tomaba su cabeza entre mis manos, y le decía: “Ahora, bajo la presión de mi mano, se le ocurrirá. En el instante en que cese la presión, usted verá ante sí algo, o algo se le pasará por la mente como súbita ocurrencia, y debe capturarlo. Es lo que buscamos. –Pues bien; ¿Qué ha visto o qué se le ha ocurrido?”. (Pág. 127)

Dos observaciones tempranas surgen de la aplicación de este método:

La primera; que se debe combatir cualquier tipo de censura o crítica por parte del paciente en su comunicación.
Los enfermos todavía no habían aprendido a dejar reposar su crítica, habían desestimado el recuerdo aflorante o la ocurrencia porque los consideraron inservibles, una perturbación entretenida, y después que la comunicaron se vio en todos los casos que era lo correcto. (Pág. 128)

La segunda; que hay mucho de deliberado en el “olvido” de las vivencias patógenas.
Esta manera de ensanchar la conciencia presuntamente estrechada era trabajosa, al menos mucho más que la exploración en el sonambulismo. Pero me permitió independizarme de este último y me procuró una intelección acerca de los motivos que son con frecuencia decisivos para el “olvido” de recuerdos. Puedo aseverar que ese olvido es a menudo deliberado, deseado. Y siempre, sólo en apariencia es logrado. (Pág. 129)

La premisa del nuevo método se ve pues confirmada por los análisis y señalan la existencia de una nueva dimensión de lo psíquico paralela a la conciencia.
La conclusión que extraje de todas esas experiencias fue que las vivencias de importancia patógena, con todas sus circunstancias accesorias, son conservadas fielmente por la memoria aun donde parecen olvidadas, donde el enfermo le falta la capacidad de acordarse de ellas. (Pág. 129)

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