lunes, 6 de febrero de 2012

TRATAMIENTO PSÍQUICO “Tratamiento del alma” ( III )


I. Perspectivas y límites del uso de la hipnosis como recurso del tratamiento anímico.

El entusiasmo que muestra Freud por la hipnosis puede comprenderse por lo que llevamos dicho hasta el momento: en la hipnosis, Freud veía cumplida hasta cierto punto su esperanza de lograr fundar una psicoterapia que actuara y se desenvolviera científicamente desde lo anímico, y que expresaría en su reinterpretación de la palabra “tratamiento psíquico” como un tratamiento desde el alma en lugar de un tratamiento (simplemente) del alma.

Su esperanza se nutre en el hecho de que los elementos que moviliza y pone en juego el fenómeno de la hipnosis pueden ubicarse de manera clara en el terreno de lo anímico: el apalabramiento, las representaciones, el rapport, la sugestión. Adicionalmente, está el que los efectos de estos elementos presentes en la hipnosis se manifestaban en lo corporal haciéndolos observables y sujetos hasta cierto punto de control es decir de reproducción experimental.

Como vemos, no es deslumbramiento o inclinación natural por lo extraño y lo exótico lo que atrajo y capturo el interés de Freud hacia el fenómeno de la hipnosis, sino, más bien, fue una consecuencia deducible del problema mismo que buscaba comprender y resolver: la fundamentación de un tratamiento anímico que partiera de lo anímico mismo. Algo semejante podrá decirse en relación a su interés por la histeria.

Revisemos pues, la exposición que hace Freud de la hipnosis como recurso del tratamiento anímico.

Procedimiento hipnótico.
Primero, nos encontramos con los variados procedimientos que se utilizan para generar el estado hipnótico:

Lo común a ellos, es buscar un “encadenamiento de la atención” del paciente, para lo que se puede recurrir a distintos objetos que creen una atmosfera de monotonía o fatiga; fijar o mover una pequeña luz u objeto pequeño frente a los ojos, realizar ruidos o movimientos repetitivos, etc.

Otra forma que puede utilizarse de manera independiente o como refuerzo de la primera es el “apalabramiento” que sugiera y guie el estado de relajamiento, antesala del sueño hipnótico.


Características del estado hipnótico.
Tres características generales pueden señalarse como presentes en el estado hipnótico:

La primera es que la hipnosis no supone como condición, estado mórbido alguno en el paciente para que pueda realizarse. Es decir, que un sujeto que goza plenamente de su salud nerviosa, puede ser y es inducido a alcanzar el estado hipnótico.

La segunda es la de que existen diversos grados dentro del estado hipnótico mismo; desde el más profundo sueño hasta los más leves y superficiales adormilamientos.

La tercera es la de que si bien es cierto que se utiliza la palabra “sueño” para describir el estado hipnótico, la hipnosis no supone una pasividad absoluta y el hipnotizado conserva y manifiesta ciertas operaciones anímicas en ese momento, lo que resulta un argumento contra los que temen que estar hipnotizados significa quedar en total estado de indefensión ante los deseos y caprichos del hipnotizador.


Rapport.
A pesar de lo dicho más arriba, es evidente de que si existe una relación muy especial entre el hipnotizado y su hipnotizador. Relación que queda consignada en el concepto de Rapport:
Mientras que aquel (el hipnotizado) se comporta hacia el mundo exterior en un todo como lo haría un durmiente, vale decir, extrañando de él todos sus sentidos, permanece despierto respecto de la persona que lo puso en estado hipnótico, sólo a ella oye y la ve, la comprende y le responde. (Pág. 126)

Cuando este estado es alcanzado pueden iniciarse numerosas y variadas experiencias que legitimarían la existencia de la direccionalidad de lo anímico a lo corporal pues nacen claramente de las representaciones (palabras e ideas) sugeridas por el hipnotizador.

Es así como llegamos a la noción de Sugestión.


Formas principales de la sugestión.
Freud destaca dos formas de sugestión donde podemos apreciar lo enunciado más arriaba:

La Sugestión negativa: en ésta, a través del mero apalabramiento se hace que el hipnotizado ignore un aspecto evidente de la realidad, algo que en efecto está ahí, pero que desde ese instante resulta invisible o como si no existiese para el hipnotizado.

La sugestión poshipnotica: en ésta, las representaciones que se le sugieren al hipnotizado son para ser realizadas una vez despierto del trance hipnótico y vemos como efectivamente las lleva a cabo sin la menor sospecha de que le fueron inducidas, llegando incluso al punto de inventar motivos ficticios para poder explicarlas cuando se le interroga sobre el porqué las ha realizado.

Es precisamente en esta cualidad de la sugestión; la de prolongarse en la vida despierta del paciente, donde Freud (en esta etapa temprana de su obra) cifra su entusiasmo por el uso de la hipnosis como recurso del tratamiento anímico.

El hipnotizador buscara eliminar los síntomas del paciente a través de la introducción de representaciones contrarias.

Freud resume esta forma de tratamiento (por sugestión directa) de la siguiente forma:
El médico pone al enfermo en el estado hipnótico, le imparte la sugestión, modificada según las diversas circunstancias, de que no está enfermo, que tras despertar no registrará los signos de su dolencia; lo despierta después, y le es lícito abrigar la expectativa de que la sugestión habrá hecho lo suyo contra la enfermedad. Y tal vez, si una sola aplicación no bastó, habría que repetir el procedimiento tantas veces como fuera necesario. (Pág. 129)

Sin embargo, finalizando su artículo, Freud extrae de las propias características del estado hipnótico, las razones para moderar el entusiasmo que podamos sentir por este camino terapéutico, es decir, que aborda los límites de la hipnosis como recurso para el tratamiento anímico.

Límites de la hipnosis como recurso del tratamiento anímico.
El primer límite señalado por Freud radica en que no sólo no hay nada que garantice al médico alcanzar con sus pacientes los estados más profundos del sueño hipnótico, sino que tampoco existe garantía alguna de que todos sus pacientes sean hipnotizables.

El segundo límite es que como se dijo (en el supuesto de que se logre alcanzar un estado profundo de sueño hipnótico); no existe una obediencia absoluta del paciente en la que se desplegase el tratamiento (la introducción de representaciones contrastantes) sin fricciones y obstáculos. 

Es más (y aquí vemos un atisbo de un importante desarrollo posterior de su teoría), en los puntos esenciales en los que suelen fundarse los síntomas del paciente que se quieren eliminar, el paciente ofrece una enérgica lucha y resistencia ante el médico.
Si estamos frente a un enfermo, y se lo esfuerza por sugestión para que renuncie a la enfermedad, se observa que este es para él un gran sacrificio, no uno pequeño. El poder de la sugestión se mide, en verdad, con la fuerza que ha creado y mantiene a los fenómenos patológicos; pero la experiencia muestra que esta última es de un orden de magnitud por entero diverso de aquel al que pertenece el influjo hipnótico. (Pág. 131)

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