Análisis de un ejemplo de recuerdo infantil nimio.
Freud disimula un
recuerdo propio haciéndolo pasar como el de uno de sus pacientes para usarlo como
ejemplo en el artículo.
Veo un prado cuadrangular, algo empinado,
verde y de tupida vegetación; dentro de lo verde, muchísimas flores amarillas,
evidentemente son de diente de león común. En lo alto del prado, una casa
campesina, ante cuya puerta están de pie dos mujeres que conversan animadamente
entre sí: la campesina, de pañuelo en la cabeza, y una niñera. En el prado
juegan tres niños, uno de ellos soy yo (entre dos y tres años de edad), los
otros dos mi primo, un año mayor, y mi prima, hermana de él, que tiene casi mi
misma edad. Cogemos las flores amarillas y cada uno tiene en la mano un número
de flores ya cogidas. El ramillete más hermoso lo tiene la niñita; pero
nosotros, los varones, como obedeciendo a una consigna caemos sobre ella y le
arrancamos las flores. Ella corre llorando cuesta arriba por el prado y recibe
como consuelo de la campesina un gran trozo de pan negro. Apenas nosotros lo
vemos, arrojamos las flores, nos precipitamos también hacia la casa e
igualmente pedimos pan. Lo recibimos también, la campesina corta el pan con un
cuchillo largo. Este pan me sabe exquisito en el recuerdo; y con esto se
interrumpe la escena. (Págs. 304, 305)
Puesto que Freud
nació y vivió en aquel campo hasta los tres años de edad, luego de lo cual se traslado
con su familia a la ciudad, resulta fácil ubicar en el tiempo este recuerdo.
Una primera mirada
sobre este recuerdo no revela ningún elemento de particular importancia que
logre explicar su fijación en la memoria y su persistente retorno en la vida
adulta, sobre todo cuando por el testimonio de terceras personas se sabe que
para aquella época ocurrieron sucesos de mayor importancia de los cuales Freud
no guardo ninguna imagen mnémica.
Cuando se interroga
sobre las circunstancias en que aflora o se percata de ese recuerdo, surgen dos
relatos de otros recuerdos: el primero, versa sobre su retorno a aquel mismo
campo cuando contaba ya con 17 años de edad en unas vacaciones escolares y su
enamoramiento de una chica del lugar. Mientras el segundo, ubicado tres años
después, trata sobre la visita a la casa de su tío y el reencuentro con
aquellos primos que aparecían en el recuerdo infantil.
El análisis saca a la
superficie el trauma que supuso para Freud el haber tenido que abandonar la
vida acomodada y tranquila del campo por una existencia de continuas
privaciones e inquietudes en la ciudad de Viena.
La angustia e incertidumbre
por su futuro –“poder ganarse el pan”- es
tanta, que parece que llega al punto de fantasear con la posibilidad de haber
escapado de esa situación a través de un matrimonio favorable.
El “amarillo”
(flores/vestido) y el “sabroso pan” parecen ser los puentes de conexión entre
el recuerdo infantil y la fantasía de matrimonio con la jovencita del campo de
la cual a los 17 años se enamoro, pues representa la idea de que la vida
idílica de su infancia nunca se rompe por su partida a la ciudad.
Por otro
lado, el “arrebatarle las flores” a su prima en aquel juego infantil conecta
por medio de un puente lingüístico –“desflorar”- el recuerdo con la
fantasía de quitarle la virginidad y así hacerla su esposa para participar de
la prosperidad de su tío.
De esta forma llega a
una definición de recuerdo encubridor:
A un recuerdo así, cuyo valor consiste en
subrogar en la memoria unas impresiones y unos pensamientos de un tiempo
posterior, y cuyo contenido se enlaza con el genuino mediante vínculos
simbólicos y otros semejantes, lo llamaría recuerdo encubridor. (Pág. 309)
Aquí la
representación inconsciente de verdadera importancia afectiva enquistada en un
recuerdo nimio permitiéndole por esto su fijación y persistencia en la memoria
es:
“Si te hubieras casado con esta niña o con
la otra, tu vida habría sido mucho más agradable” (Pág. 310)
Dicho en otras
palabras;
Intelijo que produciendo una fantasía de
esta clase en cierto modo he creado un cumplimiento de los dos deseos sofocados
–el de desflorar y el de bienestar material-. (Pág. 311)
El proceso de encubrimiento requiere entonces de puntos de solicitación –lógicos, simbólicos, lingüísticos, etc.-
entre el contenido mnémico y la fantasía o deseo que surge con posterioridad.
Me ha hecho usted decir que cada una de
estas fantasías sofocadas tiene la tendencia a tomar el desvío de una escena
infantil; admita ahora que ello no se consigue si no hay una huella mnémica
cuyo contenido ofrezca puntos de contacto con la fantasía, que por así decir la
solicite. (…)
Es muy posible que en el curso de este
proceso la misma escena infantil sufra alteraciones; estoy seguro de que,
siguiendo este camino, se producen también falseamientos del recuerdo. (…)
Pero la materia prima era utilizable. De no
haberlo sido, este recuerdo no hubiera podido ser elevado a la conciencia entre
todos los otros. (Pág. 311)
La fantasía no se recubre entonces por
completo con la escena de la infancia, sólo se apuntala en algunos puntos de
ella. Esto aboga a favor de la autenticidad del recuerdo de la infancia. (Pág.
312)
Una prueba sobre el
que los recuerdos sufren un proceso de edición y por lo tanto no son copias
fieles es la perspectiva en tercera persona.
Toda vez que dentro de un recuerdo la
persona propia aparece así como un objeto entre otros objetos, es lícito aducir
esta contraposición entre el yo actuante y el yo recordador como una prueba de
que la impresión originaria ha experimentado una refundición. (Pág. 314)
Este proceso de
edición no es la consecuencia de una debilidad de la impresión o error, sino
que responde más bien a cierto sistema psíquico de defensa.
No se puede hablar de una simple infidelidad
del recuerdo; una indagación más honda muestra, más bien, que tales falseamientos
mnémicos son tendenciosos, es decir, que sirven a los fines de la represión y
sustitución de impresiones chocantes o desagradables. (Pág. 315)
El carácter tendencioso
de la memoria aquí señalado a través de los recuerdos encubridores y en el artículo
anterior a través del fenómeno de la desmemoria nos revela la gran
susceptibilidad de nuestra biografía mnémica.
Esta intelección reduce, a nuestro juicio,
el abismo entre recuerdos encubridores y los restantes recuerdos de la
infancia. Acaso sea en general dudoso que poseamos unos recuerdos concientes de la infancia, y no más bien, meramente, unos
recuerdos sobre la infancia. Nuestros recuerdos
de la infancia nos muestran los primeros años de vida no como fueron, sino como
han aparecido en tiempos posteriores de despertar. En estos tiempos del
despertar, los recuerdos de infancia no afloraron, como se suele decir, sino que en ese momento fueron formados; y una serie de motivos, a los que es ajeno
el propósito de la fidelidad histórico-vivencial, han influido sobre esa
formación así como sobre la elección de los recuerdos. (Pág. 315)
Impresionante, me llamo Daniela y voy a estudiar psicología, el tema de Sigmund realmente llama mi atención al ser el padre del psicoanálisis me pongo a pensar, que tanto en su vida habrá experimentado para llegar al punto máximo de su carrera y pues el leer este relato en el cual habla de recuerdos los cuales rigen un comportamiento futuro es asombroso... gracias por el aporte
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