miércoles, 28 de noviembre de 2012

SOBRE LOS RECUERDOS ENCUBRIDORES ( II )



Análisis de un ejemplo de recuerdo infantil nimio.
Freud disimula un recuerdo propio haciéndolo pasar como el de uno de sus pacientes para usarlo como ejemplo en el artículo.

Veo un prado cuadrangular, algo empinado, verde y de tupida vegetación; dentro de lo verde, muchísimas flores amarillas, evidentemente son de diente de león común. En lo alto del prado, una casa campesina, ante cuya puerta están de pie dos mujeres que conversan animadamente entre sí: la campesina, de pañuelo en la cabeza, y una niñera. En el prado juegan tres niños, uno de ellos soy yo (entre dos y tres años de edad), los otros dos mi primo, un año mayor, y mi prima, hermana de él, que tiene casi mi misma edad. Cogemos las flores amarillas y cada uno tiene en la mano un número de flores ya cogidas. El ramillete más hermoso lo tiene la niñita; pero nosotros, los varones, como obedeciendo a una consigna caemos sobre ella y le arrancamos las flores. Ella corre llorando cuesta arriba por el prado y recibe como consuelo de la campesina un gran trozo de pan negro. Apenas nosotros lo vemos, arrojamos las flores, nos precipitamos también hacia la casa e igualmente pedimos pan. Lo recibimos también, la campesina corta el pan con un cuchillo largo. Este pan me sabe exquisito en el recuerdo; y con esto se interrumpe la escena. (Págs. 304, 305)

Puesto que Freud nació y vivió en aquel campo hasta los tres años de edad, luego de lo cual se traslado con su familia a la ciudad, resulta fácil ubicar en el tiempo este recuerdo.

Una primera mirada sobre este recuerdo no revela ningún elemento de particular importancia que logre explicar su fijación en la memoria y su persistente retorno en la vida adulta, sobre todo cuando por el testimonio de terceras personas se sabe que para aquella época ocurrieron sucesos de mayor importancia de los cuales Freud no guardo ninguna imagen mnémica.

Cuando se interroga sobre las circunstancias en que aflora o se percata de ese recuerdo, surgen dos relatos de otros recuerdos: el primero, versa sobre su retorno a aquel mismo campo cuando contaba ya con 17 años de edad en unas vacaciones escolares y su enamoramiento de una chica del lugar. Mientras el segundo, ubicado tres años después, trata sobre la visita a la casa de su tío y el reencuentro con aquellos primos que aparecían en el recuerdo infantil.

El análisis saca a la superficie el trauma que supuso para Freud el haber tenido que abandonar la vida acomodada y tranquila del campo por una existencia de continuas privaciones e inquietudes en la ciudad de Viena. 

La angustia e incertidumbre por su futuro “poder ganarse el pan”- es tanta, que parece que llega al punto de fantasear con la posibilidad de haber escapado de esa situación a través de un matrimonio favorable.

El “amarillo” (flores/vestido) y el “sabroso pan” parecen ser los puentes de conexión entre el recuerdo infantil y la fantasía de matrimonio con la jovencita del campo de la cual a los 17 años se enamoro, pues representa la idea de que la vida idílica de su infancia nunca se rompe por su partida a la ciudad. 
Por otro lado, el “arrebatarle las flores” a su prima en aquel juego infantil conecta por medio de un puente lingüístico –“desflorar”- el recuerdo con la fantasía de quitarle la virginidad y así hacerla su esposa para participar de la prosperidad de su tío.

De esta forma llega a una definición de recuerdo encubridor:
A un recuerdo así, cuyo valor consiste en subrogar en la memoria unas impresiones y unos pensamientos de un tiempo posterior, y cuyo contenido se enlaza con el genuino mediante vínculos simbólicos y otros semejantes, lo llamaría recuerdo encubridor. (Pág. 309)

Aquí la representación inconsciente de verdadera importancia afectiva enquistada en un recuerdo nimio permitiéndole por esto su fijación y persistencia en la memoria es:
“Si te hubieras casado con esta niña o con la otra, tu vida habría sido mucho más agradable” (Pág. 310)

Dicho en otras palabras;
Intelijo que produciendo una fantasía de esta clase en cierto modo he creado un cumplimiento de los dos deseos sofocados –el de desflorar y el de bienestar material-. (Pág. 311)


El proceso de encubrimiento requiere entonces de puntos de solicitación –lógicos, simbólicos, lingüísticos, etc.- entre el contenido mnémico y la fantasía o deseo que surge con posterioridad.
Me ha hecho usted decir que cada una de estas fantasías sofocadas tiene la tendencia a tomar el desvío de una escena infantil; admita ahora que ello no se consigue si no hay una huella mnémica cuyo contenido ofrezca puntos de contacto con la fantasía, que por así decir la solicite. (…)

Es muy posible que en el curso de este proceso la misma escena infantil sufra alteraciones; estoy seguro de que, siguiendo este camino, se producen también falseamientos del recuerdo. (…)

Pero la materia prima era utilizable. De no haberlo sido, este recuerdo no hubiera podido ser elevado a la conciencia entre todos los otros. (Pág. 311)

La fantasía no se recubre entonces por completo con la escena de la infancia, sólo se apuntala en algunos puntos de ella. Esto aboga a favor de la autenticidad del recuerdo de la infancia. (Pág. 312)

Una prueba sobre el que los recuerdos sufren un proceso de edición y por lo tanto no son copias fieles es la perspectiva en tercera persona.
Toda vez que dentro de un recuerdo la persona propia aparece así como un objeto entre otros objetos, es lícito aducir esta contraposición entre el yo actuante y el yo recordador como una prueba de que la impresión originaria ha experimentado una refundición. (Pág. 314)

Este proceso de edición no es la consecuencia de una debilidad de la impresión o error, sino que responde más bien a cierto sistema psíquico de defensa.
No se puede hablar de una simple infidelidad del recuerdo; una indagación más honda muestra, más bien, que tales falseamientos mnémicos son tendenciosos, es decir, que sirven a los fines de la represión y sustitución de impresiones chocantes o desagradables. (Pág. 315)

El carácter tendencioso de la memoria aquí señalado a través de los recuerdos encubridores y en el artículo anterior a través del fenómeno de la desmemoria nos revela la gran susceptibilidad de nuestra biografía mnémica.
Esta intelección reduce, a nuestro juicio, el abismo entre recuerdos encubridores y los restantes recuerdos de la infancia. Acaso sea en general dudoso que poseamos unos recuerdos concientes de la infancia, y no más bien, meramente, unos recuerdos sobre la infancia. Nuestros recuerdos de la infancia nos muestran los primeros años de vida no como fueron, sino como han aparecido en tiempos posteriores de despertar. En estos tiempos del despertar, los recuerdos de infancia no afloraron, como se suele decir, sino que en ese momento fueron formados; y una serie de motivos, a los que es ajeno el propósito de la fidelidad histórico-vivencial, han influido sobre esa formación así como sobre la elección de los recuerdos. (Pág. 315)



SOBRE LOS RECUERDOS ENCUBRIDORES (1899)




Hemos podido observar en los anteriores artículos como el análisis psíquico o exploración mnémica es una técnica del ocasionamiento psicológico, del arte de excavar en el pasado representacional de las personas en busca de las causas/circunstancias de un síntoma especial.

Siguiendo este mismo camino descubrimos luego que muchas veces resulta necesario distinguir dos periodos en este ocasionamiento: 
uno; el del primer alumbramiento del síntoma y dos; muy por detrás de este, en los años más tempranos de nuestra infancia, donde encontraremos la causa especifica de ese síntoma que se ha mantenido todo ese tiempo en un estado de latencia.

Es por esto que es importante esclarecer la naturaleza de los recuerdos infantiles –pues según Freud-, guardan la clave de la etiología de las psiconeurosis.

¿Cómo se fijan las vivencias de estos primeros años en recuerdos?
Tal es la indagación abordada en el presente artículo, la cual llevara al autor a su vez al descubrimiento del mecanismo en la base del fenómeno de los recuerdos encubridores.

Existe una especie de norma o principio de la memoria que es aceptada comúnmente: la fijación de los recuerdos en función de la importancia de las vivencias, dicho de otro modo; entre más significativa resulte para nosotros una vivencia, más posibilidad de ser recordada posee.
Dentro del material de lo vivenciado se escogerán como dignas de nota aquellas impresiones que han provocado un afecto poderoso o que fueron discernidas como sustantivas por las consecuencias que poco después produjeron. (…)

Los contenidos más frecuentes de los primeros recuerdos infantiles, por un lado ocasiones de miedo, vergüenza, dolores corporales, etc., y por el otro importantes episodios tales como enfermedades, sucesos de muerte, incendios, nacimientos de hermanitos, etc. (Pág. 299)

Sin embargo, existen constantes experiencias que parecen contradecir este principio; recuerdos persistentes y vivaces nimios o poco significativos.
Está en total oposición a esa expectativa, y no puede menos que provocar legítimo asombro, enterarnos de que en muchas personas los más tempranos recuerdos infantiles tienen por contenido unas impresiones cotidianas e indiferentes, vivenciar las cuales no pudo desplegar un influjo afectivo ni siquiera sobre el niño, y que han sido registradas no obstante con todo detalle –se diría: con hiperrelieve-, al paso que tal vez no se guardaron en la memoria unas vivencias simultáneas que, según el testimonio de los padres, provocaron intensa conmoción al niño. (Págs. 299-300)

Para explicar cómo estos recuerdos nimios se fijan y persisten en la memoria, Freud afirma que su falta de significatividad debe entenderse solamente como aparente, ya que se trata del resultado de una fragmentación “voluntaria” operada sobre la parte que si posee significación, es decir; la memoria siempre conserva lo importante, aunque a veces, distorsione sus recuerdos, “sofocando” la parte significativa del conjunto.

Opina –en relación a la persistencia de los recuerdos nimios- que en tales casos la escena en cuestión quizá sólo se conservó incompleta en el recuerdo; justamente por ello parece no decir nada: es que en los elementos olvidados estaría contenido todo lo que convertía a la impresión en digna de nota. Puedo corroborar que las cosas son realmente así; sólo que preferiría decir, en vez de elementos de la vivencia “olvidados”, elementos “desechados”. A menudo he conseguido, por medio del tratamiento psicoanalítico, descubrir la pieza faltante de la vivencia infantil y, así, demostrar que  la impresión, de la cual había quedado en el recuerdo un torso, realmente obedecía a la premisa de que la memoria conserva lo más importante. (Pág. 300)

El mecanismo detrás de esta sofocación de los más sustantivo y conservación de lo nimio se expone en los siguientes términos:
Uno se forma entonces la representación de que dos fuerzas psíquicas han participado en la producción de estos recuerdos: una de ellas toma como motivo la importancia de la vivencia para querer recordarla, mientras que la otra –una resistencia- contraría esa singularización. Estas dos fuerzas de contrapuesto efecto no se cancelan entre sí; tampoco sucede que un motivo avasalle al otro –con o sin menoscabo-, sino que sobreviene un efecto de compromiso,.. (…)

El compromiso consiste aquí en que no es la vivencia en cuestión la que entrega la imagen mnémica –en esto la resistencia campea por sus fueros-, pero sí es otro elemento psíquico conectado con el elemento chocante por caminos asociativos próximos,… (…)

El resultado del conflicto es, entonces, que en lugar de la imagen mnémica originariamente justificada se produce otra que respecto de la primera está desplazada {descentrada} un tramo dentro de la asociación. Como fueron los componentes importantes de la impresión los que provocaron el choque, es preciso que el recuerdo sustituyente esté despojado de ese elemento importante; por eso es fácil que tenga aspecto trivial. (…)

Para servirme de un símil popular, cierta vivencia de la niñez no cobra imperio en la memoria porque ella misma sea oro, sino porque estuvo guardada junto a algo de oro. (Págs. 300, 301)

Abstraído el mecanismo, resulta el siguiente modelo: Conflicto/Represión/Sustitución con formación de compromiso.

El anterior modelo no sólo se encuentras detrás de la etiología de las psiconeurosis, sino que parece, como observamos aquí; extenderse justificadamente a la vida psíquica normal a través de fenómenos como la creación de nuestros recuerdos infantiles. 

Ya en el artículo anterior se lo aplico al fenómeno del olvido y en el próximo volumen lo será sobre el sueño.

miércoles, 31 de octubre de 2012

SOBRE EL MECANISMO PSÍQUICO DE LA DESMEMORIA (1898)




El presente artículo, aunque el más corto de los consignados en este volumen 3, representa uno de los momentos más importantes en la obra de Freud, pues su reflexión extiende el puente para el paso de la psicopatología a la psicología del hombre “normal”, que en adelante se irá acentuando en obras como “La interpretación de los sueños”, la “psicopatología de la vida cotidiana” y “el chiste y su relación con el inconsciente”.
Quizá no esté desprovisto, en sí, de interés poder penetrar el proceso de un suceso psíquico de esta clase la desmemoria-, que se incluye entre las perturbaciones mínimas en el dominio del aparato psíquico y es conciliable con una salud psíquica no turbada en lo demás. (Pág. 286)


Cinco son las características generales que se destacan en el fenómeno de la desmemoria:

i) El olvido ataca con preferencia a nombres propios

ii) La impotencia que experimenta la conciencia –la atención- por conquistar el recuerdo buscado.

iii) El retorno insistente de recuerdos que se saben no son los correctos.

iv) La sensación de displacer que acompaña el esfuerzo por recordar y que resulta “desmesurada” a la importancia de lo olvidado.

v) La distracción de la atención muchas veces facilita el recuerdo.
El mejor procedimiento para apoderarse del nombre buscado consiste, como es sabido, en “no pensar en él”, vale decir, distraer de la tarea la parte de la atención sobre la cual se dispone a voluntad. Pasado un rato, el nombre buscado se le “descerraja” a uno… (Pág. 281)

Freud se sirve en este artículo de una experiencia personal para intentar ilustrar y esclarecer el fenómeno de la desmemoria:

En un viaje que realiza desde Bosnia a una ciudad en las cercanías de Herzegovina, trata con su acompañante el tema de las particularidades culturales de los turcos, luego, cuando la conversación recae sobre Italia y desea recomendarle que visite Orvieto, para que contemple los bellos frescos que sobre el fin del mundo y el juicio final hay en su catedral; no logra recordar el nombre del pintor de aquella obra –nombre que conocía muy bien-, aunque sí recuerda con extrema nitidez tanto su imagen como los frescos.

Dos nombres de pintores italianos le retornan insistentemente –sabiendo que ninguno de los dos es el que busca-; Botticelli y Boltraffio.

Pasado unos días, cierto italiano culto le revela el nombre del pintor que se le mantenía oculto: Signorelli.

En este punto, se propuso ahondar en las circunstancias en que se produjo el olvido:
Se retrotrae entonces al momento inmediato que anticipo el tema de Italia; la conversación sobre las particularidades culturales de los turcos.

Descubre que, en aquella conversación, sólo comento con su amigo un tema; la resignación que mostraba ese pueblo frente a la muerte, mientras que había omitido –sofocado- otro; la importancia que ese mismo pueblo le confería a los goces sexuales.

Estableció que las dos anécdotas de aquel pueblo le habían sido referidas usando el artículo “HerrSeñor-. Significación que comparte en italiano la primera parte del nombre olvidado “Signor”. 
Luego, este sería el vínculo entre un primer olvido/represión –la anécdota sexual- y el último olvido/represión –el nombre del pintor: Signorelli-.
La traducción “Signor”, para “Herr”, fue entonces el camino siguiendo el cual la historia por mí sofocada había atraído en pos de ella, a la represión, el nombre que yo buscaba. El proceso entero fue facilitado, evidentemente, por el hecho de que en Ragusa yo hablé todo el tiempo en italiano, es decir, me había habituado a traducir en mi mente del alemán al italiano. (Pág. 284)

Otras asociaciones encontradas son; entre el comienzo “Bo” que comparten los nombres de los pintores que se le imponían a la memoria (Botticelli – Boltraffio) con el comienzo del nombre Bosnia. Adicionalmente, la palabra “Herr”, con el comienzo de la palabra Herzegovina, que son los nombres de las regiones por las que viajaban.


Puesto que la simple represión de la alusión sexual en la anécdota turca no demuestra idoneidad determinadora para fundar represiones posteriores, se le considera a su vez como también derivada.

Al indagar más allá de esta, Freud encuentra el recuerdo de una época en que estando en “Trafoi” recibe cierta noticia que hizo que reprimiera con fuerza el tema “muerte y sexualidad” que le venía ocupando, siendo esta ocasión el verdadero núcleo patológico.

Como prueba, señala la semejanza entre el nombre de aquel lugar “Trafoi” con la terminación del nombre de uno de los pintores rememorados: Boltraffio.


Como reflexiones generales que se desprenden de este ejemplo de desmemoria analizado aquí, Freud apunta las siguientes:

1) El mecanismo descrito para el fenómeno de la desmemoria recrea el mismo modelo presente en la etiología de las psiconeurosis –histeria, representaciones obsesivas, paranoia-: Represión/Proceso de sustitución por formas de compromiso.

El mismo mecanismo que desde “Signorelli” hace generarse los nombres sustitutivos “Botticelli” y “Boltraffio”, la sustitución por representaciones intermedias o de compromiso, gobierna también la formación de los pensamientos obsesivos y de los espejismos paranoicos del recuerdo. (Pág. 286)

2) Puesto que la desmemoria es un fenómeno que convive perfectamente con una vida psíquica “normal”, lo mismo también podría valer para su mecanismo.

3) Los núcleos patológicos (represiones pasadas) actúan en el presente como atractores; generando así, diversas perturbaciones.

Una ilación de pensamiento reprimida se apodera en la neurosis de una impresión reciente inofensiva, y la atrae hacia abajo, junto a ella, a la represión. (Pág. 286)

4) La sensación “desmesurada” de displacer que encontramos acompañando el fenómeno de la desmemoria y otras perturbaciones neuróticas, en realidad se encuentra justificada; pues le ha sido trasmitida desde los núcleos patológicos reprimidos.

Unas masas de pensamientos reprimidos adhieren su capacidad afectiva a un síntoma cuyo contenido psíquico aparece a nuestro juicio como de todo punto inadecuado para semejante desprendimiento de afecto. (Pág. 287)

5) La comunicación es una forma de resolución de la tensión.

Que la tensión íntegra se solucione cuando un extraño comunica el nombre correcto es un buen ejemplo de la eficacia de la terapia psicoanalítica, que aspira a enderezar las represiones y los desplazamientos, y elimina el síntoma mediante la reintroducción del objeto psíquico genuino. (Pág. 287)


Naturaleza tendenciosa del recordar y el olvidar.
Como conclusión general del análisis realizado al fenómeno del olvido, surge una nueva visión sobre la memoria, no como un archivo, si no como una cualidad en fusión de una economía del displacer.

Cabe aseverarlo con total universalidad: la facilidad –y en definitiva también la fidelidad- con que evocamos en la memoria cierta impresión no depende sólo de la constitución psíquica del individuo, de la intensidad de la impresión en el momento en que era reciente, del interés que entonces se le consagró, de la constelación psíquica presente, del interés que ahora se tenga en evocarla, de los enlaces en que la impresión fue envuelta, etc., sino que depende además del favor o disfavor de un factor psíquico particular, que se mostraría renuente a reproducir algo que desprendiera displacer o pudiera llevar, en ulterior consecuencia, a un desprendimiento de displacer. (Pág. 287)


La mitad del secreto de la amnesia histérica se descubre diciendo que los histéricos no saben qué es lo que no quieren saber. (Pág. 287)