miércoles, 26 de septiembre de 2012

LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA “Ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y de ciertas psicosis alucinatorias” (CONTINUACIÓN))



La gran mayoría de las representaciones inconciliables, y la angustia, comparten como fuente común; la vida sexual.

El análisis psíquico seria pues, una retraducción a lo sexual de las representaciones obsesivas y las fobias.

Citemos pues por extenso la retraducción que realiza Freud de tres casos clínicos:

1. una muchacha padece de reproches obsesivos. Si leía en el periódico sobre unos monederos falsos, daba en pensar que ella misma había fabricado moneda falsa; si en alguna parte un malhechor desconocido había perpetrado un homicidio, se preguntaba ella angustiosamente si no había cometido  ese asesinato. Y a la vez tenía clara conciencia del despropósito de estos reproches obsesivos. Durante cierto lapso la conciencia de culpa alcanzó tanto imperio sobre ella que ahogó su crítica, y se acusaba ante sus parientes y ante el médico de haber perpetrado realmente todos esos crímenes (psicosis por acrecentamiento simple – psicosis de avasallamiento). Un interrogatorio firme descubrió entonces la fuente de donde provenía su conciencia de culpa: Incitada por una sensación voluptuosa casual, se había dejado inducir por una amiga a la masturbación, y desde hacía años la practicaba con la cabal conciencia de su mala acción y los autorreproches más violentos, pero, como es habitual, inútiles. Un exceso tras asistir a un baile había provocado el acrecentamiento hasta la psicosis. La muchacha curó tras unos meses de tratamiento y de una vigilancia muy severa.
 
2. Otra muchacha sufría bajo el miedo de que la asaltaran las ganas y entonces se orinaría; ello después de una urgencia así la constriño realmente cierta vez a abandonar la sala de conciertos durante la ejecución. Esta fobia le había quitado poco a poco toda capacidad de goce y de trato social. Sólo se sentía bien si se sabía próxima a un baño al que pudiera ir sin ser advertida. Estaba excluida cualquier afección orgánica del gobierno sobre la vejiga que justificara ese malestar. Las ganas de orinar no le venían en su casa, en condiciones de tranquilidad, ni durante la noche. Un examen ahondado demostró que la presión en la vejiga le sobrevino la primera vez en las siguientes condiciones: en la sala de conciertos, no lejos de ella se había sentado cierto señor que no era indiferente a su sentir. Empezó a pensar en él y a pintarse cómo se sentaría a su lado siendo su esposa. Estando en esta ensoñación erótica, le sobrevino aquella sensación corporal que es preciso comparar con la erección del varón y que en ella –no sé si así ocurre en general- concluía con una ligera presión de vejiga. De esta sensación sexual, con la que ya estaba habituada, se espantó mucho ahora, porque entre sí había resuelto combatir esa inclinación y cualquier otra semejante; y un instante después este afecto se le trasfirió sobre las ganas de orinar concomitantes, constriñéndola a abandonar la sala tras una lucha martirizadora. En su vida ordinaria era tan mojigata que todo lo sexual le causaba intenso horror, y no podía concebir la idea de que se casaría alguna vez; por otra parte, era sexualmente tan hiperestésica que aquella sensación voluptuosa le aparecía con cualquier ensoñación erótica que se permitiese. Las ganas de orinar habían acompañado siempre a la erección, pero sin que ello la impresionara hasta aquella escena en la sala de conciertos. El tratamiento permitió dominar la fobia casi por completo. 

3. Una joven señora que tras cinco años de matrimonio tenía un solo hijo, se me quejo de su impulso obsesivo de arrojarse por la ventana o el balcón, y del miedo que la asaltaba, a la vista de cualquier cuchillo filoso, de acuchillar a su hijo. El comercio conyugal, confesó, se había vuelto raro y se lo practicaba sólo con cautelas anticonceptivas; pero –afirmó- no le hacía falta, pues no era de naturaleza sensual. Me atreví a decirle que a la vista de un hombre le acudían representaciones eróticas, que por eso había perdido la confianza en sí misma y se le antojaba que ella era una persona abyecta, capaz de cualquier fechoría. Esa retraducción de la representación obsesiva a lo sexual fue certera; confesó enseguida, llorando, su miseria conyugal por largo tiempo ocultada, y luego comunicó también unas representaciones penosas de carácter sexual inmodificado, como la sensación, que le retornaba a menudo, de pujarle algo debajo del vestido. (Págs. 56-57-58)


Queda pues por elucidar el papel que tendría el mecanismo de defensa en la etiología de la psicosis.

Si bien en la base de la psicosis puede rastrearse una situación conflictiva frente a representaciones inconciliables que justifican la defensa, esta parece operarse sin ejercer el divorcio descrito más arriba entre las representaciones inconciliables y su afecto. 
En los dos casos considerados hasta ahora, la defensa frente a la representación inconciliable acontecía mediante el divorcio entre ella y su afecto. Pero la representación, si bien debilitada y aislada, permanecía dentro de la conciencia. Ahora bien, existe una modalidad defensiva mucho más enérgica y exitosa, que consiste en que el yo desestima la representación insoportable junto con su afecto y se comporta como si la representación nunca hubiera comparecido. Sólo que en el momento en que se ha conseguido esto, la persona se encuentra en una psicosis que no admite otra clasificación que “confusión alucinatoria”. (Pág.59)

La defensa se alcanza mutilando la realidad inconciliable y afirmando a su vez la realidad deseada.
El yo se arranca de la representación insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con un fragmento de realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se desase también, total o parcialmente, de la realidad objetiva. (Pág. 60)

El ejemplo que se nos ofrece es el siguiente:
Una joven ha regalado a cierto hombre una primera inclinación impulsiva, y cree firmemente ser correspondida. Está, de hecho, en un error; el joven tiene otro motivo para frecuentar la casa. Los desengaños no tardan en llegar; primero se defiende de ellos mediante la conversión histérica de las experiencias correspondientes, y así conserva su creencia en que él vendrá un día a pedir su mano; no obstante, se siente desdichada y enferma, a consecuencia de que la conversión es incompleta y de los permanentes asaltos de nuevas impresiones adoloridas. Por fin, con la máxima tensión, lo espera para un día prefijado, el día de un festejo familiar. Y trascurre ese día sin que él acuda. Pasados ya todos los trenes en que podía haber llegado, ella se vuelca de pronto a una confusión alucinatoria. El ha llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar, con su vestido de noche, para recibirlo. Desde entonces, y por dos meses, vive un dichoso sueño cuyo contenido es: él está ahí, anda en derredor de ella, todo está como antes (antes de los desengaños de los que laboriosamente se defendía). (Pág. 59)


Por último, es importante recordar que la premisa central tanto del modelo terapéutico de la abreacción en general como de las explicaciones aquí ofrecidas en particular; es la existencia en nuestra psiquis de flujos energéticos que revisten a las representaciones.

En las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de la cantidad –aunque no poseamos medio alguno para medirla-; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos. (Pág. 61)

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