lunes, 17 de septiembre de 2012

ESTUDIOS SOBRE LA HISTERIA ( XIV ) - Historiales clínicos.



 5. CASO ELISABETH VON R. (Continuación 2)

III. MECANISMO PSÍQUICO O EXPLICACIÓN PSICOLÓGICA.

Implicaciones psicológicas y físicas del cuidado de un enfermo.
Elisabeth guarda con el caso Anna O. la semejanza de que en el origen de sus histerias las encontramos inmersas completamente en el cuidado de un enfermo –en los dos casos el padre- que posteriormente fallece.
Freud expone aquí las posibles implicaciones que puede tener esta tarea en el desarrollo de la histeria.
Hay buenas razones para que el cuidado de un enfermo desempeñe tan significativo papel en la prehistoria de la histeria. (…)
Quien tiene la mente ocupada por la infinidad de tareas que supone el cuidado de un enfermo, tareas que se suceden en interminable secuencia a lo largo de semanas y de meses, por una parte se habitúa a sofocar todos los signos de su propia emoción y, por la otra, distrae pronto la atención de sus propias impresiones porque le faltan el tiempo y las fuerzas para hacerles justicia. Así, el cuidador de un enfermo almacena en su interior una plétora de impresiones susceptibles de afecto; apenas si se las ha percibido con claridad, y menos todavía pudieron ser debilitadas por abreacción. Así se crea el material para una “histeria de retención”. Si el enfermo cura, todas esas impresiones son fácilmente desvalorizadas; pero si muere, irrumpe el tiempo del duelo, en el cual sólo parece valioso lo que se refiere al difunto, y entonces les toca el turno también a esas impresiones que aguardaban tramitación y, tras un breve intervalo de agotamiento, estalla la histeria cuyo germen se había instalado mientras cuidaba al enfermo. (Págs. 175-176)

Histeria de retención.
Con la intensión de subrayar el papel de la “retención” en el desarrollo de la histeria, Freud expone el caso de Rosalia H. una aspirante a cantante de 23 años quien le consulta por una acuciante sensación de ahogo y opresión en la garganta.

El análisis psíquico arroja que en su infancia la paciente se vio sometida a constantes abusos por parte de su tío (en una nota se revela que éste era realmente su padre), los cuales soporto en silencio y sin reaccionar de ninguna manera.
Debía hacer los mayores esfuerzos para sofocar las exteriorizaciones de su odio y su desprecio hacia su tío. Fue entonces cuando se generó en ella la sensación de opresión en la garganta. Cada vez que debía guardarse una respuesta, que se hacía violencia para permanecer tranquila frente a una falta indignante, sentía la irritación en la garganta, la opresión, la denegación de la voz; en suma: todas las sensaciones localizadas en laringe y faringe que ahora la perturbaban al cantar. (Pág. 183)

Una de estas formas de abuso poseía una clara connotación sexual.
El tío malo, que padecía de reumatismo, le había pedido que lo masajeara en la espalda. Ella no se atrevió a rehusarse. Yacía él mientras tanto en la cama; de pronto se destapó, se levantó, quiso atraparla y voltearla. Desde luego, ella interrumpió los masajes, y un momento después había huido a refugiarse encerrándose en su habitación. (Pág. 185)

Posteriormente esta escena adquirirá gran importancia en el desarrollo de un nuevo síntoma en la paciente –“una desagradable comezón en la punta de los dedos”- cuando se ve obligada a soportar nuevos malos tratos, esta vez por parte de la esposa de su verdadero tío en cuya casa se había hospedado al huir de la casa de su padre.
La conversión fue costeada, en parte, por lo recién vivenciado y, en parte, por un afecto recordado. (Pág. 186)

Este proceso; el del surgimiento fugaz de un síntoma, su latencia y después su resurgimiento esta vez de manera permanente, es el que observamos también en el caso de Elisabeth.
Casi todas las veces que investigué el determinismo de esos estados, no descubrí una ocasión única, sino un grupo de ocasiones traumáticas semejantes. En muchos de esos casos se pudo comprobar que el síntoma respectivo ya había aparecido por breve lapso tras el primer trauma, para retirarse luego, hasta que un siguiente trauma lo volvió a convocar y estabilizó. (Pág. 186)

La sumación de afecto observada en este proceso de retención explica este resurgimiento de lo vivenciado, este poder tanto del afecto fresco como del afecto recordado.
Aquí lo que importa es, evidentemente, un factor cuantitativo, a saber, la cuantía de esa tensión de afecto conciliable con una organización. También el histérico podrá mantenerla no tramitada en cierta medida; pero si esta última crece, por sumación de ocasiones semejantes, más allá de la capacidad de tolerancia del individuo, se ha dado el empuje hacia la conversión. Por eso no constituye un raro enunciado, sino casi un postulado, que la formación de síntomas histéricos puede producirse también a expensas de un afecto recordado. (Pág. 187)


Sobre la determinación de los síntomas histéricos.
Hasta aquí se ha abordado la primera de las dos cuestiones centrales del análisis psíquico: el problema de la causación de la histeria; ¿el por qué? Y ¿el cómo?
Como motivo -¿el por qué?-; se ha establecido al conflicto y a la defensa del yo ante una idea inconciliable: 
la inclinación amorosa de Elisabeth por su cuñado frente a sus deberes morales con su hermana.

Como mecanismo -¿el cómo?; se ha expuesto el proceso de conversión en inervación somática de los montos de afecto no tramitados:
todo el monto de afecto de la inclinación amorosa de Elisabeth por su cuñado.

Resta pues entonces abordar la segunda cuestión: la determinación de los síntomas.
¿Por qué justamente los dolores en las piernas tomarían sobre sí la subrogación del dolor anímico? (Pág. 187)

Freud plantea como dos, las formas generales en que se determinan los síntomas histéricos:

i) Por simultaneidad: cuando un dolor fundamentado orgánicamente se da simultánea o paralelamente a una vivencia traumática y se termina por asociarlos directamente.

ii) Por simbolismo: aquí igualmente puede no crearse ningún dolor sino aprovecharse de uno ya existente de fundamento orgánico para simbolizar una situación anímica conservándolo y aumentándolo.

El posible proceso de simbolización en la determinación del dolor de Elisabeth nos es expuesto de la siguiente manera:
Si la enferma puso fin al relato de toda una serie de episodios con la queja de que se había sentido dolida de su “soledad”, y en otra serie, que abarcaba sus infortunados intentos de establecer una vida familiar nueva, no cesaba de repetir que lo doliente ahí era el sentimiento de su desvalimiento, de la sensación de “no avanzar un paso”, yo no podía menos que atribuir a sus reflexiones un influjo sobre la plasmación de la abasia; me vi llevado a suponer que ella directamente buscaba una expresión simbólica para sus pensamientos de tinte dolido, y lo había encontrado en el refuerzo de su padecer. (Pág. 167)

También se señala un tipo de simbolización donde aparentemente se llegaría a crear un dolor como signo de una vivencia traumática.
 Para ilustrar esta posibilidad Freud nos remite al caso Cäcilie, paciente – “de raras dotes, en particular artísticas, cuyo muy desarrollado sentido de las formas se daba a conocer en poesías de bella perfección”- a la que muchos de sus dolores podían retrotraerse hasta representaciones o expresiones lingüísticas:

1) Neuralgia facial:
La enferma se vio trasladada a una época de gran susceptibilidad anímica hacia su marido; contó sobre un plática que tuvo con él, sobre una observación que él le hizo y que ella concibió como una grave afrenta {mortificación}; luego se tomó de pronto la mejilla, gritó de dolor y dijo: “para mí eso fue como una bofetada”. (Págs. 190-191)

2) Dolor en el talón derecho:
El análisis nos llevó hasta un tiempo en que la paciente se encontraba en un sanatorio extranjero. Había pasado ocho días en su habitación, y el médico del instituto debía venir a recogerla para que asistiera por primera vez a la mesa común. El dolor se generó en el momento en que la enferma tomó su brazo para abandonar la habitación; desapareció en el curso de la reproducción de esa escena, cuando la enferma manifestó que ella había estado gobernada entonces por el miedo de no “andar derecha” en esa reunión de personas extrañas. (Págs. 191-192)

3) Dolor en el corazón, la cabeza y el cuello:
Toda una serie de sensaciones corporales, que de ordinario se mirarían como de mediación orgánica, eran en ella de origen psíquico o, al menos, estaban provistas de una interpretación psíquica. Una serie de vivencias iba acompañada en ella por la sensación de una punzada en la zona del corazón (“Eso me dejo clavada una espina en el corazón”) El dolor de cabeza puntiforme de la histeria se resolvía en ella inequívocamente como dolor de pensamiento. (“Se me ha metido en la cabeza”) Y el dolor aflojaba cuando se resolvía el problema respectivo. La sensación de aura histérica en el cuello iba paralela a este pensamiento: “Me lo tengo que tragar”, cuando esta sensación emergía a raíz de una afrenta. (Pág. 193)








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